sábado, 26 de noviembre de 2016

Sobre los músicos


Los músicos, principalmente nosotros los malos, los que menos tenemos para ofrecer amamos la excentricidad. Tratamos todo el tiempo de diferenciarnos, de demostrar que somos músicos y somos capaces de arruinar cualquier fiesta de cumpleaños convirtiéndola en una demostración de nuestro desarrollo técnico, en sala de concierto o en una master class teórica de crítica músical y afines.
(Sepa disculpar el anglicismo innecesario querido lector, pero a los músicos nos encanta como suenan las palabras master class)

Entre los músicos populares cada uno debe acarrear un prejuicio, así por ejemplo los bateristas suelen ser considerados sub normales (probablemente porque su instrumento no es melódico ni armónico y rara vez desarrollan conocimientos en estas áreas). Los percusionistas con un desarrollo mental menor al de los bateristas se posicionan entre estos y el sonidista que es un músico frustrado. Los tecladistas amanerados, los guitarristas casi tan vanidosos como los cantantes. Los cantantes ya todos sabemos y los bajistas no importan porque nunca nadie jamás los escuchó. Al resto no los mencionamos porque son como los bajistas pero sin que nadie sepa como se llaman los instrumentos que tocan. Por supuesto estos son prejuicios propios del vulgo y este blog de ninguna manera avala tales oprobios.  

Los cantantes, principalmente quienes no son autores, suelen poner demasiado énfasis en su expresión corporal casi como queriendo demostrar que sus sentimientos al momento de interpretar son más perfectos que los que expone el texto de la canción. Se mueven estrepitosamente, no se privan de ningún gesto, pueden contraer su rostro admirablemente y parecen ser títeres de la letra de la canción; así si la canción dice: Me rompiste el corazón; llevan la mano al lado izquierdo de su pecho, demostrando no solo que padecen con el texto y están compenetrados; sino además, que tienen conocimientos anatómicos lo suficientemente vastos como para saber en qué lado del cuerpo se aloja el órgano. Toda esta serie de movimientos y gestos hacen creer al espectador que el intérprete se apasiona con su oficio, que deja toda su energía en cada interpretación, y que por tales razones es un muy buen cantante. En definitiva esto es una trampa típica que funciona muy bien y le voy a explicar por qué: 
Para valorar si alguien es buen cantante es necesario en primera instancia evaluar cuestiones técnicas comenzando por la afinación. Sin embargo para saber si alguien es afinado o no, necesitamos tener conocimientos de melodía, y para comprender a éstas nada es más recomendable que estudiar escalas. Pero con esto no alcanza, además será necesario conocer de armonía para evaluar si el cantante está usando bien las escalas con respecto a los acordes que suenan. Durante un período razonable de tiempo el espectador deberá estudiar y desarrollar nociones musicales, ser capaz de reconocer desafinaciones mínimas que comúnmente solo pueden reconocer algunos músicos y luego de este recorrido, tal vez, esté en condiciones de evaluar, por supuesto con grandes inconvenientes, si el interprete es buen o mal cantante. Como son muy pocos los que están dispuestos a estudiar música para ser buenos espectadores y muchos menos los que se privan de emitir juicios sobre temas de los que no tienen la menor idea, es mejor evaluar a los cantantes según la cantidad de veces que se lleven la mano al lado izquierdo del pecho cuando la letra de la canción diga: me rompiste el corazón

Cuando el show termina nada es más estimulante para los instrumentistas que pasearse entre los espectadores para recibir halagos y nada es más decepcionante que escuchar la frase: Cantaron muy bien. Esto indica que nadie le prestó la más mínima atención a ninguna otra cosa que no sea el cantante y su hipnótica mano sobre el lado izquierdo del pecho. 

En definitiva, considero que privarnos de emitir juicios sobre temas que no manejamos es lo más sano. También les recomiendo alejarse de quienes perseveren en el arte de hablar sin saber. Por todo esto le recomiendo que deje inmediatamente de leer este blog escrito por alguien que no sabe nada de nada. Aun así, para todos aquellos que no están dispuestos a aceptar mi consejo y aun siguen aquí les digo: ¡Hasta la semana que viene!  

(Crédulos... No voy a volver a escribir nunca más estas giladas)  


viernes, 18 de noviembre de 2016

Sobre las despedidas


Quise en un primer momento evitar hablar de la muerte, sin embargo tal vez no haya otro evento más efectivo para generar despedidas.

La noticia de la muerte de alguien es un símbolo de perfecta despedida. La perfección no solo radica en el hecho de que se trata de una despedida sin esperanza de retorno, sino porque una despedida que está sucediendo sin que nosotros tengamos consciencia, es una despedida de gravedad ontológica. En el poema titulado Límites, del que expondremos un fragmento, escrito por Jorge Luis Borges, advertimos, entre sus muchos aciertos, el tema de la despedida inconsciente. (Digo MUCHOS aciertos corriendo el riesgo de que la palabra muchos sea demasiado modesta, más aun pecando porque la vanidad me invitó a juzgar la obra del maestro; en fin...)

Si para todo hay término y hay tasa 
y última vez y nunca más y olvido 
¿Quién nos dirá de quién, en esta casa, 
sin saberlo, nos hemos despedido? 

De todo lo antes dicho intuyo que toda despedida es un fin, un don y un boceto de la muerte, aun así hay despedidas que enmascaran muy bien su penumbroso origen y se viven con rimbombantes festejos, como por ejemplo las despedidas de soltero. Este es un evento en el cual quien está próximo a casarse asiste a una fiesta, comúnmente organizada por amigos que se encargan de elegir un lugar, decorarlo con imágenes licenciosas, contratar gentes que ofrezcan sexo a cambio de dinero, comprar mucha cantidad de estupefacientes y una vez satisfechos todos sus libertinos deseos duermen algunas horas y se preparan para jurar amor, cuidado y fidelidad a su pareja ante un juez, convocando como testigos y escoltas de su benevolencia a algunos de los que participaron en la juerga. La mayoría además se casa mediante un rito religioso, en el que a menudo el Dios que los gobierna, todo lo ve y todo lo sabe, de manera tal que así como Dios los une en sagrado matrimonio también fue testigo de las para nada sagradas diligencias cometidas en la despedida de soltero. Aun me pregunto si quienes llevan a cabo esta aparente contradicción son ateos que se someten al rito solo para complacer a familiares, son nihilistas libertinos, o sencillamente desconocen la legislación de su religión, que sea cual fuere, casi todas prometen grandes y perdurables pesares a quienes mientan, adulteren y traicionen.
   
Aprovecho el espacio para proponer que todo aquel que haya pasado cierta edad sin casarse sea merecedor de una fiesta celebrada en su nombre que bien se podría llamar: Despedida de toda idea de casamiento, y así despojar al soltero maduro del adjetivo: solterón, que algunas veces es usado con algo de malicia y muchísimas veces con envidia. 

En cuanto a la despedida en el saludo, el abrazo es una momentánea negación, una retención del despedido, esta es la razón por la que a menudo el que despide abraza más fuerte al que se va.
El hábito de decir hasta mañana parece fundarse en la esperanza o la certeza de un reencuentro próximo, irónicamente se utiliza mucho en el ámbito laboral, del que muchos desearían irse y no volver jamás, para todos ellos su máximo deseo es el despido laboral. 

Para finalizar, queridos lectores, les dejo el epitafio inscrito en la tumba de mi tío:

Te despedimos felices al saber que es voluntad divina que así sea, sin embargo, cuando veas a Dios dile que el estúpido de tu médico también colaboró mucho.




viernes, 11 de noviembre de 2016

Sobre la espera


Aunque algunos se hayan tomado el trabajo de acuñar frases como: En la dulce espera. Todos sabemos que ninguna espera es dulce y que los sentimientos que nos despierta van desde la simple ansiedad hasta la simple gana de zaherir inescrupulosamente con la impostación y potencia del rey Leónidas de la película 300 a todo aquel que nos someta a esperas prolongadas (y con prolongadas me refiero a mas de tres segundos). Sin embargo, según me aconseja mi yogui, es necesario encontrar la paz interior, respirar profundamente y analizar con detención el hecho de la espera, así que a él le dedicaré este monólogo. Veamos:

Quienes temen o detestan las largas esperas ya tienen su propia fobia, se llama macrofobia. Su nombre suena genial y la puede conseguir en cualquier atención al público del estado.

Etimológicamente la palabra espera está vinculada con la esperanza. Por ejemplo: uno tiene la esperanza de que el señor que atiende en el mostrador deje su teléfono un segundo, revise su facebook en su casa y atienda más rápido. Esa esperanza es la que nos mantiene en la fila y razón por la que no nos retiramos blasfemando e insultando a los progenitores del señor del mostrador.

No me detendré a analizar a qué clase de persona se le ocurrió inventar la sala de espera. Estoy seguro de que antes de ingresar al infierno hay una sala de espera de la que probablemente jamás salga el condenado, entonces ese será el castigo: La promesa de un colosal mal venidero, sentado eternamente en las desesperantes sillas de una sala de espera. 

Podemos sospechar que existe un gremio de adoradores de la espera, que lejos de pretender ordenar el tráfico solo coloca semáforos para someternos a su dogma cada cien metros. 

La espera está vinculada con la conciencia y no con el mero transcurrir del tiempo, su antónimo, lo inesperado, no es consciente, ahí radica su conmovedora efectividad, de cualquier modo tampoco es tan prometedor; sabemos que suceden cosas inesperadas y malas, entre éstas solo nos detendremos a citar a la muerte, que no siempre tiene el decoro de anunciarse mediante una enfermedad lo suficientemente prolongada como para permitirnos ordenar papeles, quemar poemas de nuestra autoría cuyo resultado no fue el esperado, instrumentar justas sucesiones y despedirnos de amigos y amantes (no cito la despedida de familiares porque estos comúnmente están, sin embargo los amigos y los amantes suelen ser impuntuales incluso para una cita fatal, además suelen no sentirse cómodos en el ámbito familiar y las citas en los bares suelen ser incómodas para el moribundo). 

La hermosa y fiel Penélope espera a su marido, Odiseo Rey de Ítaca que partió a la guerra de Troya. La guerra dura diez años y el retorno otros diez años más porque durante el viaje Odiseo se detuvo en una isla y cegó un ojo de Polifemo, que casualmente era un cíclope (o sea que cegando solo un ojo le bastó para cegarlo completamente) y para colmo de males, el cíclope era hijo de Poseidón, Dios de los mares; considerando que Odiseo reinaba una isla, viajar por mar era obligatorio (ya se imaginarán lo difícil que puso las cosas el papá del monstruo cegado). En definitiva el héroe tiene algunos contratiempos, muchas peleas, dos amantes, una de las cuales es la hermosa ninfa del mar Calipso con la que convive siete años hasta que finalmente los dioses se compadecen del héroe y le permiten retornar a su hogar después de veinte años. Mientras tanto Penélope, negada a aceptar la muerte de su marido tiene como huéspedes a múltiples pretendientes a los que les dice que accederá solo cuando termine de tejer un sudario en el que está trabajando. Para demorar la finalización del tejido Penélope teje durante el día y desteje por la noche, así finaliza el tejido veinte años después justo para la llegada de su marido con el que vivirán felices.
   
Los cristianos esperaron la llegada del hijo de Dios y hace dos milenios esperan una segunda visita, los judíos, menos dichosos en este sentido, aun esperan su mesías. Para los cristianos que tienen la esperanza de ser merecedores del paraíso es justo que el suicidio sea considerado pecado, de otra manera, ¿Quién soportaría vivir más de tres décadas esta vida teniendo la promesa de la perfecta dicha después de la muerte?

En definitiva, esto es lo que puedo decir al respecto de la espera. Descubrí que la vida se compone más de esperas que de la concreción de sucesos esperados y por tal razón es lícito intentar aprender a disfrutar de la espera que parece ser la materia prima de esta vida, aun así, querido profesor de yoga, si valiéndose de su supuesta filosofía oriental sigue llegando tarde a sus clases y encima tiene el tupé de mandarme a reflexionar sobre la espera le prometo que yo lo voy a aleccionar utilizando todo lo que me enseñó de karate otro compatriota suyo, tan profundo y filosófico como usted.

Atentamente: Uno de sus alumnos que además es cinturón negro en karate


viernes, 4 de noviembre de 2016

Sobre la justicia


En mi diccionario mental la justicia humana se define como: Injusto pero conveniente.

Sin embargo para el diccionario de la Real Academia Española, que suele ser tenido en cuenta por algunos excéntricos, las primeras definiciones de justicia son las siguientes:

1. f. Principio moral que lleva a dar a cada uno lo que le corresponde o pertenece. 
2. f. Derecho, razón, equidad.

Suelo preguntarme, no por ese principio moral que lleva a dar a cada uno lo que le corresponde, sino sobre quien será el poseedor de semejante lucidez como para descubrir qué le corresponde o pertenece a cada uno y dárselo. ¿Será el filósofo? ¿Será el santo? ¿Será el héroe? ¿Será el Juez? (no, el último de la lista lo puse para bromear, yo no soy supersticioso).

Hay diversas puertas para entrar en el conflicto que supone la justicia: 

Si el destino es el cumplimiento de una ley necesaria, podríamos deducir que el trágico destino de Edipo fue justo. También me resignaré a considerar que fue justo que me rechazara la chica más linda del curso en cuarto grado a pesar del profundo amor que sentía por ella. (¿Habrá sido justo que me ignore por jugar mal al fútbol y desconocer las técnicas necesarias para hacer piruetas en bicicleta? Yo creo que son razones contundentes. ¿Quién podría amar a alguien que no sabe hacer willy y se la pasa en el arco?

Podemos considerar que todo lo que sucede fue ideado por un ser perfecto, de manera tal que todo lo que suceda será justo (inclusive si nos tocó la peor parte) por que el perfecto en su perfecto plan así lo decidió. O podemos pensar que no existe ningún ser supremo y que sencillamente las cosas suceden, entonces la justicia universal será sencillamente lo que suceda y punto. 

El problema más evidente surge con la intención de impartir justicia. Si consideramos las teorías evolutivas, en algún momento dejamos de ser animales para convertirnos en animales pensantes, esa tensión generada entre el instinto animal y la razón humana no solo nos proporciona infelicidad cuando necesitamos evacuar y estamos lejos de casa, además es un gran problema a la hora de decidir que es justo y que no. Mientras que muchas leyes parecen estar demasiado contaminadas por el instinto animal otras se fundan en la típica debilidad resultado de la no aceptación del animal que somos. En definitiva, lo único que tienen en común todas las leyes de todos los estados del mundo es que en mayor o menor medida son injustas. Por supuesto hay instituciones menos atinadas que otras a la hora de impartir justicia. Respecto a la justicia militar nuestro querido Groucho Marx dijo:


La justicia militar es a la justicia lo que la música militar es a la música.

En el plano institucional la idea utilitarista de que lo justo será lo que proporcione más placer a la mayor cantidad de personas va a ser defendida por el británico Jeremy Bentham quien enunciará frases como:

La naturaleza ha colocado a la humanidad bajo el gobierno de dos amos soberanos: el dolor y el placer. Ellos nos señalan lo que tenemos que hacer, así como determinan lo que vamos a hacer. 

Sin embargo nuestro contemporáneo John Rawls dará otra vuelta de tuerca y considerará que la injusticia consistirá simplemente en las desigualdades que no benefician a todos. 

Para este blog, que no cree que sea necesario llamar justicia solo a lo que nos resulte conveniente, ni considera las modernas posturas, se limitará a seguir disfrutando de las injusticias convenientes y tratará de ser mesurado con sus exigencias, aunque seguramente sin demasiado éxito. 




viernes, 14 de octubre de 2016

Sobre la modestia


La modestia, aunque siempre bien vista, solo es buena cuando es justa.  

Más odiosa que la vanidad es la falsa modestia. Existen muchos matices para intentar comprender a la modestia, en primer lugar debemos resolver cuándo alguien es falsamente modesto y cuándo no.
Una persona es falsamente modesta cuando declara menos de lo que cree tener. En una persona justa hay congruencia entre lo poseído y lo declarado y a esto lo podemos llamar modestia. 

En el caso de que la modestia sea una virtud, y considerando que una virtud no puede ser además injusta, la modestia debería ser ante todo justa, por lo que un intelectual modesto diría: Soy intelectual. 
Según este planteo el resultado debería ser:

Modestia es el resultado de una autovaloración Justa.

En el caso de que la modestia fuese injusta ¿La podríamos llamar virtud?

¿Diría que es vanidosa la siguiente frase? 

Voy a ganar.

Ahora bien, si le aclaro que fue dicha por el boxeador Rocky Marciano quien tuvo 49 peleas de las cuales ganó 49. ¿Qué opina?
Yo diría que si hubiese perdido, sería vanidad. Como siempre ganó, solo se trató de una modesta anunciación, al menos si consideramos a la modestia como virtud y a la virtud como una capacidad con ansia de justicia.
El problema que surge a partir de esta concepción es que hay grandes dificultades para medir la erudición, la inteligencia y todo lo referente a lo mental y no material. 

Los menos perspicaces, corremos el riesgo de creer ser inteligentes, y declararlo abiertamente considerando que estamos haciendo justicia, cuando en realidad solo estamos enmarcando nuestra estupidez. (Pero este es otro asunto) 

En el caso de que la modestia consista en menospreciar públicamente algo poseído debemos decir que si un ignorante dice ser ignorante, no es modesto, es sencillamente justo. Por otro lado si una persona instruida dice ser ignorante, no está siendo justa, y esto, a lo que podríamos llamar modestia, es una devaluación que lejos de ser festejada por terceros debería ser, sino castigada, al menos mancillada.  Sin embargo debemos considerar que cuando Borges decía:

Dicen que soy un gran escritor. Agradezco esa curiosa opinión, pero no la comparto: El día de mañana; algunos lúcidos la refutarán fácilmente y me tildarán de impostor o chapucero o de ambas a la vez.
Es probable que la lúcida mente del maestro haya detectado sutilezas, invenciones y grandezas en obras de otros que no pudo plasmar jamás en las suyas. De manera tal que no sería modesto al modo de auto menospreciarse, sino modesto por aspirar a una autovaloración justa.


Alguna vez me animé a pensar que de los numerosos lectores que llegan a la obra de los grandes maestros, tal vez uno de ellos, alguna vez, logre comprender completamente lo que el autor quiso plasmar y lo que sintió. En tal caso, me gusta pensar que Borges fue el escritor y ese lector fue Ciorán.

Por supuesto para quienes toda sutileza pasa inadvertida, y toda erudición profunda es ajena, no nos es posible distinguir entre un sutil justamente modesto y un sutil vanidosamente modesto. De manera tal, que como todo lo escrito en este blog, este texto, también carece de valor y solo es anecdótico. 


viernes, 7 de octubre de 2016

Sobre el gusto por lo desconocido y el gusto por el conocimiento


Este insuficiente monólogo fue escrito después de oír una conversación que tenían dos mujeres en la fila del banco (Una de las dos sostenía en brazos a un pequeño que emanaba un olor pestilente, evidencia irrefutable de que necesitaba un urgente cambio de pañal).

El gusto por lo desconocido suele empujarnos al conocimiento, sin embargo y a pesar de que esto nos puede confundir haciéndonos creer que son lo mismo, voy a intentar exponer sus diferencias.

En las personas que gustan de lo desconocido el placer se genera saliendo a la búsqueda de cosas nuevas y se agota cuando las descubren, precisamente porque pierde su carácter de desconocido; es propio de temerarios y aventureros que suelen tener vidas solazadas y poco predecibles. Por el contrario el gusto por el conocimiento está vinculado con la razón y por tanto, en el más extremo de los casos, se necesita valentía para obtenerlo y jamás temeridad, aunque en la mayoría de los casos solo es necesario poseer disciplina, constancia y memoria.

La diferencia radica en cuan profundamente quieren conocer algo los amantes de lo desconocido y los amantes del conocimiento. A los primeros suele alcanzarle con reconocer algo mediante el uso de sus sentidos, a los segundos el reconocer algo mediante el tacto, la vista, el oído, el sabor o el olfato es solo el punto de partida para circunspectos estudios.  Mientras los amantes de lo desconocido viajan por primera vez a un país y diez minutos después de salir del aeropuerto afirman conocerlo, los amantes del conocimiento pueden pasarse la vida en ese país deambulando por sus bibliotecas, realizando mapas, entrevistando paisanos, investigando su historia y con gran cuidado se animan a declarar que conocen moderadamente esa nación. 

Si la diversión consiste en la variedad, fácilmente podemos admitir a los amantes de lo desconocido como personas más divertidas que los amantes del conocimiento. También suelen tener los amantes de lo desconocido vidas más intensas en lo que a sentimientos refiere. Recuerdo que cuando era adolescente, como casi todos los jóvenes, amante de lo desconocido, solía enamorarme en cada esquina y no pensaba ni un segundo antes de comenzar una relación amorosa, sin embargo ahora, cuando me enamoro de una mujer evalúo si es conveniente, si puede llegar a funcionar, si me va a robar demasiadas horas de estudio y mientras yo hago mis tabulaciones, la mujer ya está haciendo un safari en Kenia con un amante de lo desconocido.

La muerte representa para el amante de lo desconocido un reto más, por el contrario para los amantes del conocimiento, a sabiendas de que la muerte no es más que la extinción del proceso homeostático, se trata de una pésima noticia y es de temer. (A menos que sea un amante del conocimiento de la metafísica medieval o de teología, que en estos tiempos inscribe casi como una excentricidad).

Volviendo a las dos mujeres que inspiraron este monólogo le comento, querido lector, que una de ellas refiriéndose a su hijo de no más de dos años le decía a la otra: El niño es muy inquieto y curioso, donde ve algo desconocido, se acerca y lo toca, lo examina. Y su interlocutora respondió: Va a ser muy culto, ese gusto por lo desconocido es la razón por la que Einstein fue el más grande físico. 
Tal vez por llevar dentro de mí a una vieja chismosa reprimida, oí la conversación pero no dije todo esto que pensaba. Seguramente tampoco les hubiese importado mi poco contundente análisis. Pero lo más probable es que solo escribí esto porque siendo yo demasiado cobarde para arrojarme a lo desconocido y demasiado perezoso para salir a la búsqueda del conocimiento. Me sentí celoso por ver al más grande físico del futuro, rebosante de juventud y despreocupado de todo, inclusive del control de su esfínter.  


viernes, 23 de septiembre de 2016

Sobre la primavera


De todas las celebraciones, fiestas y conmemoraciones que he conocido, tanto populares y privadas como religiosas y paganas, ninguna me resulta más digna de ser festejada que la llegada de la primavera. Como fiel devoto de la primavera no me voy a privar de anunciar las razones de mi fervor.   

A diferencia de otras festividades de las que nos anoticiamos mediante el calendario, el advenimiento de la primavera comienza a anunciarse en nuestro cuerpo, es la única fiesta a la que no estamos invitados; estamos obligados. Los festejos del día de la primavera son festejos de realidad ontológica, y exceden el credo o religión de los vastos territorios en los que hace notar su presencia.

¿Qué otra celebración es más digna de festejos que aquella que surge desde nuestras entrañas sin siquiera nuestro consentimiento y que nos invita al amor? ¿Qué sentimiento es más digno que la felicidad, y más aquella de la que desconocemos su origen? 

La primavera ama a los jóvenes y los jóvenes aman a la primavera, y estos, conducidos por la pulsión primaveral jamás dejarán de rendirle culto. Los artistas tampoco se resistieron a sus encantos e intentaron enaltecerla: Vivaldi, Botticelli, Bouguereau, Millet, Monet, Machado, Lorca, Rodin y entre todos ellos quiero recordar especialmente a Pierre Aguste Cot que en el año 1873 pintó un óleo sobre lienzo titulado Primavera, que es tal vez la más conmovedora representación de la estación que contemplé en mi vida. En esta obra se logra captar la serenidad que hay en la potencia; y esto es tan primaveral. Los dos jóvenes hermosos, que podrían ser amantes, están columpiándose. De su romance nada sabremos, tendremos que imaginarlo, solo sabemos de su ánimo lúdico, de la belleza que hay en la inocencia, de la liviandad de sus cuerpos. Él es fuerte, lo sabemos por la firmeza con que sujeta la hamaca, no necesita esforzarse para sostenerla a ella que cuelga de sus hombros. Ella parece mirarlo, sin embargo, si nos aproximamos y observamos sus ojos, notaremos que su mirada parece perdida y así podemos recordar aquello que dijo Albert Einstein

La belleza no mira, sólo es mirada.

Quisiera seguir ahondando en los muchos detalles de esta obra; en sus muchos encantos y aciertos, pero por ser este blog gustoso de lo breve, me limitaré a decir gracias Pierre Aguste Cot, y que viva el amor, que viva la abundancia, que vivan los jóvenes, que viva la belleza, y que viva la primavera que se parece tanto a los anteriores.


viernes, 16 de septiembre de 2016

Sobre la timidez


Los tímidos incomodamos, y aunque opuestos a los charlatanes, a veces los imitamos para rescatar al interlocutor de nuestro silencio.   

Dice Borges en su conferencia sobre la ceguera: 

Entonces creía que la timidez era muy importante y ahora sé que la timidez es uno de los males que uno tiene que tratar de sobrellevar.

Alguna vez imaginé que nadie está más condenado a cumplir su destino que nosotros,  los tímidos. Si el destino es una saeta, los tímidos, viajamos sujetados a ella recorriendo el espacio y el tiempo, viendo en nuestro camino a hermosas mujeres a las que jamás les declararemos nuestro amor, siendo testigos de injusticias que jamás denunciaremos y considerando que la timidez es sinónimo de mesura solamente para poder sobrellevar esta condición con prudencia y resignación. 

La única solución que encontré fue montar este personaje que es quien escribe, responde entrevistas y declara amor a la mujer que ama, sin embargo, aun en lo más profundo de mi ser sé que aguarda un perfecto timorato que cedió el control al extrovertido que llenó de palabrerío mis silencios, y de gesticulaciones vulgares a mi rostro que antes era gobernado por mi esquiva mirada.

El tímido es un cobarde de bajo rango, y para él solo hay una situación más difícil de enfrentar que la declaración amorosa y es la de la ruptura con una pareja. Recuerdo la temblorosa entonación con la que le dije una vez a mi ex novia: ¿Qué te parece si nos dejamos? A lo que ella respondió: No. Y yo dije: Estoy de acuerdo. Y así fue como cinco años más tarde logramos terminar con esa tóxica relación cuando ella me dijo: No te aguanto más, me voy con otro, imbécil. A lo que yo respondí: Estoy de acuerdo.

Ni hablar de los exámenes orales, en los que casi no podía pronunciar palabras y algunos maliciosos profesores me obligaban a dirigir mi examen a todos mis compañeros que se regodeaban con mis susurros. A veces, la situación se tornaba tan incómoda y extravagante, como aquella vez en que la profesora de historia me preguntó mil cuatrocientos noventa y dos veces cuando había llegado Colón a América y yo no lo sabía, así que dije: No sé. Pero ella insistió: Usted si lo sabe. Y yo que siendo un tímido nivel diez jamás osaría contradecirla en público, le dije: Si, lo sé. Entonces ella replicó: y entonces ¿Cuándo llegó Colón a América? A lo que yo respondí: no lo sé. Entonces ella con un intimidante tono dijo: ¡Usted si lo sabe! Y yo le respondí: Estoy de acuerdo, si lo sé. Pero lamentablemente no lo sabía y entonces ella pronunció un montón de apelativos que lejos de definir mi timidez, tampoco eran dignos de tan instruida maestra. 

Afortunadamente, casi siempre los tímidos cumplen con su destino anónimo y desapercibido, porque de ser presidente un tímido, sus discursos se limitarían al encogimiento de hombros. De ser cura jamás se atrevería a preguntarles a los novios si aceptan casarse. Yo creo que mi psicoanalista era tímida porque mientras yo hablaba, ella solo hacía gestos y jamás pronunció una sola palabra, (es más, como en las primeras sesiones ninguno de los dos pronunciamos palabra alguna, llegué a pensar que yo también era psicoanalista) sin embargo su sabiduría gestual me permitió entender que yo debía darle paso al decidido que hoy escribe esto, mientras que yo, el tímido original sigo escondido en las profundidades de mi ser en absoluto silencio. Quienes saben de lengua y literatura hubiesen agradecido que jamás escribiese nada, y es lamentable, querido lector, que le advierta de esto justo al final del texto, pero la verdad es que los hombres decididos nos lanzamos al mundo sin advertirle nada a nadie.           


viernes, 9 de septiembre de 2016

Sobre los premios



Remota es la práctica de medirse unos con otros. La guerra es el ejemplo más axiomático; de hecho la palabra Campeón, según el diccionario etimológico de Joan Corominas, deviene del latín campus, que se aplicaba especialmente al campo de Marte donde se instruía a los soldados germánicos del ejército romano. Los antiguos conflictos bélicos, desprovistos de mayores leyes de guerra y burocracias,  consistían en la imposición de fuerza generada por uno de los bandos sobre el otro y así era muy fácil reconocer al ganador, que a veces en una sola jornada de combate se imponía definitivamente, lo mismo sucedía en los juegos gladiatorios cuando uno de los contrincantes moría. El campeón era fácilmente reconocible y no necesitaba de la intervención de ningún juez o panel de evaluadores. A imagen y semejanza se crea el premio, que es una recompensa, galardón, o remuneración. Etimológicamente, la palabra premio,  del latín praemium, con la raíz prae que indica antes, y em que indica tomar o coger, probaría que premio es la acción de tomar antes que los demás, y esto, además de manifestar antelación, a su vez genera idea de superioridad. Fácilmente podemos imaginar esas carreras en las que en la llegada los participantes deben tomar un banderín o algún otro objeto y nuevamente es indiscutible quien es el ganador y son prescindibles los jueces.

Alguna vez un gaucho me habló de la ausencia de reglas en las cuadreras, que son carreras en las que dos o más jinetes corren no más de ciento cincuenta metros, muy difundidas entre los paisanos argentinos en los tiempos de la colonia. El premio, según las declaraciones de este gaucho, era para el que cruzase primero la meta, sin importar como, inclusive si para lograrlo hubiese cometido alguna fechoría contra otro participante. (Resistiremos la tentación de; con postura calvinista, preguntarnos qué plan divino hay detrás de esta práctica gauchesca en la que el más desvergonzado y malicioso tiene más posibilidades de obtener el premio) 

Tal vez en otra clase de competencias en las que se establecieron más reglas, se hicieron necesarios los jueces para evitar los triunfos edificados en la trampa. Sin embargo este monólogo tiene la intención de menospreciar la labor de los jueces y dejar expuesta la ineficacia de la mayoría de sus sentencias. Veamos:

Imaginemos un caso hipotético en el que se decide dar un premio al constructor de sillas más cómodas del país.  Para elegir al ganador, la comisión organizadora, cita a todos los ciudadanos del mundo a sentarse en todas las sillas construidas en el país  y votan. No demoran en surgir conflictos entre los que se enumeran sobornos otorgados por constructores a algunos votantes, dificultad para interpretar votaciones en jerga de los electores escandinavos, madres que exigen permiso para hacer votar a niños que aun no hablan, trabajadores que no consiguen que les otorguen el día libre para viajar hasta este remoto y austral país y otros muchos conflictos más, imposibles de citar todos, por el aburrimiento que supondría anoticiar tantas y diversas circunstancias.  Entonces, la comisión organizadora decide olvidar las votaciones y se dispone a seleccionar a un grupo reducido de personas para que tomen la decisión, a la que por comodidad llamarán jurado.

El primer conflicto  al que  se enfrenta ahora la comisión es elegir a los jueces apropiados para hacer una pre selección de sillas, considerando que en esta pre selección, los jueces, no podrán sentarse en todas las sillas por el tremendo esfuerzo que esto significaría y más considerando lo perezosos que suelen ser los aficionados a la comodidad. De manera tal que los jueces serán, además de sensibles expertos en el arte de la comodidad, constructores de sillas y valiéndose de sus conocimientos en la construcción de sillas podrán pre seleccionar sin sentarse necesariamente en todas las sillas construidas en el país. Con esto, solo se dio el primer paso, ahora, la comisión se percata de que los jueces tienen que tener conocimientos más vastos que todos los participantes, porque de no ser así, si uno de los participantes es más docto y complejo que los jueces, puede ser incomprendida su obra y siquiera ser convocado en la pre selección. Hasta aquí, siguiendo este mecanismo de evaluación, los jueces deberían ser constructores de sillas, sensibles expertos en el arte de la comodidad y además ser más instruidos en ambas materias que todos los participantes para no cometer errores. El punto es que si los mejores constructores de sillas deben ser los jueces, qué sentido tiene salir en busca de los mejores constructores de sillas para premiarlos; en ese caso ya sabríamos quienes serían los mejores: Los jueces. La pregunta obligada es si la comisión organizadora está en condiciones de seleccionar a los jueces.

En definitiva, los premios otorgados a ganadores que saben de su triunfo solo después de escuchar el veredicto de los jueces son tan, si me permite el eufemismo, controversiales,  que le quitan gracia al hecho de recibir uno. Ni hablar de Las categorías de premios entre las que surgen algunas que resultan humillantes como los premios a la participación.  Me pregunto qué malicioso ser habrá inventado el premio consuelo, que es prueba inequívoca de que quien lo acarrea es un perdedor. 

Son tan extrañas las decisiones de los jueces para seleccionar a los premiados, que algún día podría ganar el Nobel de la paz un presidente y comandante en jefe de las fuerzas armadas de su nación, inclusive participando en dos guerras al momento de la entrega del premio. 

Algunos solo compiten, aun a sabiendas de que no son dignos del premio, solo porque este consta de una tentadora suma de dinero y conscientes de que los jueces se equivocan, esperan que la fortuna les sonría. A propósito de esto recuerdo la anécdota que cuenta Heródoto del rey persa que al preguntar dónde estaban los griegos, le dijeron: En los juegos olímpicos. Entonces el rey vuelve a indagar y pregunta cuál era el premio para el ganador, y la respuesta fue: Una rama de olivos, entonces, un general persa exclamó  ¿Qué tipo de gente son éstos contra los que nos has traído a luchar? ¡No compiten por riquezas sino por honor!

El sensato Emile Cioran dejó de aceptar premios aun confesando que necesitaba el dinero. Yo por el contrario informo que si cualquier comisión de cualquier rubro decide premiarme por cualquier cosa, no interprete este texto como una negativa y sepa de antemano que gustosamente recibiré cualquier tipo de premio brindando un discurso de agradecimiento con lágrimas en los ojos. Porque recibir premios va en contra de mis ideales, pero mis ideales valen menos que cualquier premio. 



viernes, 2 de septiembre de 2016

Sobre la fama


La palabra fama está etimológicamente vinculada con los términos rumor, voz pública, opinión pública y en el diccionario de la real academia española se define como la opinión que la gente tiene de alguien o de algo, o Noticia extendida acerca de algo.  

En primer lugar, debemos considerar que fama no es sinónimo de bueno, ni siquiera de extraordinario, y de  volverse  famoso  algo o alguien  extraordinario y bueno, se debe más al triunfo de la casualidad que del juicio sensato de la opinión pública; de quien sabemos que no goza de mayores sensateces, ya sea por su desatino habitual, ya sea porque el malo corriente no puede reconocer al bueno extraordinario.

Sin embargo hubo un tiempo en el que se consideraba a la fama como la consecuencia justa, obvia y esperable de las más dignas proezas. Tetis le anuncia a su hijo Aquiles que si se suma a la expedición troyana su vida será corta pero su fama perdurará, mientras que, si decide quedarse, vivirá largos años, pero sin fama ni honores. Entonces Aquiles marcha a concretar su destino de héroe. Así también Antonio Bravo García y Pedro Gonzalo Abascal en su libro Héroes y santos en la literatura anglosajona, nos recuerdan:

El deseo de fama o gloria terrena es parte esencial de la caracterización de los protagonistas de la épica anglosajona.

Y si bien lo que mueve al héroe a realizar sus proezas es su profundo sentido de la justicia; la fama y el reconocimiento son bienvenidos. En tal caso el lector decidirá si esa fama es bienvenida por el héroe por simple vanidad o con la intención de que sus hazañas se conozcan por todos los hombres para inspirar a muchos y que sus gestas logren insuflar a otras venideras.

Si bien fama, virtud y éxito nunca fueron sinónimos, parece ser, que en nuestro tiempo están más enemistadas que nunca. Las leyes de mercadotecnia y las morbosas manipulaciones de la información han atentado contra el prototipo clásico de héroe, que para alcanzar tal rango sacrifica su propio bienestar. El héroe contemporáneo no sufre, no se cansa, no se sacrifica, de hecho no es casual que en estos tiempos nazca el antihéroe, que es un héroe devenido en persona corriente, o peor aún, una persona corriente a la que se la toma por héroe. Esta degradación de las más altas virtudes en los más bajos y corrientes vicios pretende dignificar al hombre vulgar y nos quiere convencer de que el señor que maneja el autobús es un héroe porque lleva y trae con vida a todos sus pasajeros y les permite ir a trabajar; y si bien es noble que un hombre trabaje y además que su trabajo favorezca a otros, es importante saber que esto no lo convierte en héroe. Para comenzar los héroes no cobran por sus trabajos y por supuesto sus hazañas son tal cosa; se someten a empresas peligrosas y de grandes magnitudes. Sin embargo tal como se denuncia en este párrafo, las leyes de mercado, la manipulación de información, y otros comportamientos deleznables análogos han permitido que desde la comodidad de sus hogares algunos ganen fama por “ser” algo que no son. (en este punto resistiré a la tentación de citar a "músicos", "pintores", "actores", "pacifistas", "atletas", científicos",  "santos" y otros, que como las comillas sugieren no son aquello por lo que se los conoce) 

Si el rapto de Helena se hubiese producido en el siglo XXI Tetis le recomendaría a su hijo Aquiles que no vaya a Troya a pelear hasta morir, que se quede en casa y que con una buena campaña publicitaria alcanzaría igualmente fama de héroe.     


viernes, 26 de agosto de 2016

Sobre la práctica de hablar mal a espaldas de alguien


Se estimulan mucho dos interlocutores cuando hablan mal de un tercero ausente. Esta actividad tan difundida y practicada podría remontarse a los orígenes de la comunicación. Es fácil imaginarse a dos féminas prehistóricas hablando del feo cabello de otra, o  al másculo bromeando acerca del diminuto pene del líder.

Algunas personas, especialmente los raperos, denuncian en sus letras ser blancos de difamaciones de este tipo y de algún modo se regodean diciendo cosas como: "Sé que hablan de mí", o, "Mientras ustedes me critican yo sigo mi camino". La vanidad les hace creer que los tenemos en cuenta, que los odiamos, posiblemente por envidia, cuando en realidad, todos sabemos que es mucho más estimulante hablar mal del nuevo novio de una amiga. En definitiva aprovechamos para enviarle este mensaje a los raperos que sospechan de nuestra cizaña para decirles que no los odiamos, no los envidiamos y no hablamos mal de ellos, porque siquiera los recordamos. Lamentablemente no podemos decir lo mismo del nuevo novio de nuestra amiga.

En Argentina esta práctica es conocida como Sacar el cuero, o sea despellejar. Para que prospere como actividad es necesario ajustarse a algunas reglas que expongo a continuación:

-Se necesitan dos o más interlocutores de cualquier sexo, sabiendo que cuando son del mismo se suele generar más complicidad y prospera más y mejor la cizaña. No se recomiendan más de cinco.

-Se dialogará sobre una persona o más, siempre que estén ausentes; ya sea de una debilidad particular o de toda su persona en general.

-Para que la jornada difamatoria sea más extensa se recomienda que los interlocutores estén cómodamente sentados. Pueden beber mate, té, café o cualquier otra infusión acompañada de cualquier producto de panadería. No se recomienda consumir bebidas espirituosas, ya que fácilmente se pueden distraer los interlocutores. 

-Jamás debemos acudir a la razón, sin embargo debemos estar convencidos de que estamos siendo perfectamente razonables.

-Cada interlocutor debe ser cuidadoso con los aspectos que critica del ausente. Si alguna de las características criticadas es también poseída por otro de los interlocutores presentes se corre riesgo de que se termine la jornada de difamación o que se genere una fisura en el discurso por el que se filtre la razón y se pierda fuerza en el ataque y como consecuencia de esto, decaiga el estímulo.

-No se debe tener escrúpulo y las críticas deben ser tan crueles y desmesuradas como la moral de los interlocutores lo permita.

-No se debe excusar al atacado a menos que la excusa se sepa ineficaz desde antes de plantearla, solo para demostrar inmediatamente la inconsistencia de la misma y así multiplicar la fuerza discursiva diciendo frases como: ¿¡Para qué intentamos excusarlo si es indefendible!?

-Si desgraciadamente llega a la reunión la persona a la que se le está sacando el cuero, no todo está perdido. Todos los interlocutores lo tratarán amablemente, se le harán preguntas capciosas y mientras pronuncie las respuestas los difamadores se comunicarán con disimulados y burlistas gestos que el difamado no debe ver. (Este modo no es recomendado para todos. Solo prospera cuando los interlocutores son muy doctos en la cizaña)

- La jornada concluirá cuando ya no sea estimulante. Es fácil descubrir cuándo es el momento propicio para finalizar el diálogo. Comúnmente se deja de hablar mal del ausente y algún interlocutor comienza a hacer preguntas personales de las que no le interesa oír la respuesta, y al que responde no le interesa responder, como por ejemplo: ¿Y cómo está de salud la vecina de tu mamá?

- Una vez concluida la jornada, los interlocutores deben creer que se trató de una reunión de amigos y jamás deben considerar que solo los convoca el gusto y placer de hablar mal de personas ausentes.  

*Algunos experimentados especialistas en la materia, a sabiendas del gran estimulo que produce la malicia, optan por ir más allá y practican la cizaña en familia, difamando a tíos, primos, concuñados, inclusive a hermanos e hijos. 


sábado, 20 de agosto de 2016

Sobre el fracaso



En esta ocasión voy a escribir sobre uno de los pocos temas en los que me considero muy experimentado. Se trata de una situación a la que me someto puntualmente todos los días: El fracaso.

Yo soy un campeón del fracaso, y créame que no es vanidad, es fácilmente comprobable que soy muy efectivo a la hora de fracasar; y no  se sienta menos querido lector, le voy a demostrar que usted es tan virtuoso en el arte del fracaso como yo.

Así como las personas bellas, el éxito es menos frecuente. De cada veinte personas que vemos, con suerte, una o dos serán lindas. Sin embargo, si nosotros estamos entre las veinte personas observadas muy pocos asumiremos ser los feos del grupo y de este modo habrá una incongruencia entre la realidad y nuestras declaraciones. Esa vanidad que nos puede hacer creer ser más bellos de lo que realmente somos, a menudo nos hace creer que somos menos fracasados de lo que realmente somos. Es más, le aseguro que aun siendo usted una persona horrible, es más fracasada que fea y esto se debe a que todos los días tomamos decisiones y muchas de estas no son las que conducen al éxito. Son más las pelotas que pasan cerca del arco que las que entran; son más las entrevistas de trabajo realizadas que los trabajos obtenidos, y así podemos continuar con una larga lista (no se sienta excluido por no hacer deportes o ser hijo de la realeza).     

Aun así debemos admitir que si fuésemos perfectamente fracasados, seríamos exitosos en el arte de fracasar. Una opción es sumarnos a las largas filas de entusiastas optimistas del fracaso como Charles Dickens que dijo más o menos: 

 Cada fracaso enseña al hombre algo que necesitaba aprender. 

Para la Real academia española, la palabra fracaso indica:

1. m. Malogro, resultado adverso de una empresa o negocio.
2. m. Suceso lastimoso, inopinado y funesto.
3. m. Caída o ruina de algo con estrépito y rompimiento.
4. m. En medicina. Disfunción brusca de un órgano.

Para el imaginario popular:

ÉXITO = FELICIDAD
FRACASO = DESDICHA

Con desgarradora maestría Cátulo Castillo compone la letra del tango Desencuentro en la que se enumeran una serie de trágicos fracasos, dejando para la última estrofa lo siguiente:

Por eso en tu total
fracaso de vivir,
ni el tiro del final
te va a salir.

De este modo queda el fracasado como un infeliz que siquiera puede decidir cuando sucederá su muerte, condenado a vivir su fracasada vida. 

Sin embargo y a pesar de que fácilmente podemos asociar, el éxito a la felicidad y la desdicha al fracaso, no debemos suponer que siempre es así. 
Imaginemos la siguiente situación: Un hombre que planea y decide su suicidio, segundos antes de concretar su plan, es sorprendido por una desconocida con la que vivirá un encuentro amoroso que lo llenará de felicidad. Razón por la que fracasa en su plan de suicidio y gracias a este fracaso conoce la felicidad.

Imaginemos ahora esta situación: Una mujer que desconoce de su deficiencia cardíaca, ha decidido comenzar a consumir cocaína. Fracasa en su empresa cuando sorprende al vendedor; del que se enamora, apuntándose con un arma, razón por la que decide estar lúcida para no enturbiar la embriaguez del amor con los estímulos artificiales de la droga, y así es como evita su muerte y se conoce con el hombre del párrafo anterior con el que ahora tienen en común un fracaso que los llenó de felicidad. 

Esta última historia no está tan lograda como la del tango Desencuentro, pero eso no se debe al tema de la historia sino a como fue tratado. En definitiva a mi propia incapacidad, que tal como prometí al principio de este monólogo, me invita a fracasar constantemente.


viernes, 12 de agosto de 2016

Sobre los complacientes



Los hombres y mujeres complacientes tienen, ante todo, la capacidad de mutar, o al menos simular con cierta efectividad ser aquello que tendrían que ser para complacer al otro.

La palabra etcétera, los comodines y los silencios en la conversación o la música, son solo algunos de los muchísimos elementos al servicio de la complacencia. A cada uno de estos elementos se le otorga diferentes valores según la necesidad y esto supone que su esencia se compone de una multiplicidad de esencias. Lo mismo podríamos pensar de los complacientes, sin embargo, es más fácil admitir que en vez de multiplicidad de esencias son propietarios de una esencia acomodaticia. La pregunta que surge entonces es la siguiente: ¿Si la esencia es variable, podemos llamarla esencia?
 
Recuerdo las afables y casi surrealistas conversaciones que solía tener con el padre de una ex novia con el que pretendíamos entablar una amistad y para lograr el cometido asentíamos todo lo planteado por el otro. Así ambos admitimos ser comunistas y capitalistas, devotos creyentes y ateos. De este modo intentamos desafiar las enseñanzas de Aristóteles que en el libro quinto de la metafísica tan laboriosamente explica Lo opuesto y lo contrario. La amistad no se dio, pero al menos nos demostramos que la intención de tener una relación amena, era tan importante para ambos, que estábamos dispuestos inclusive a falsear la razón.

Las hojas en blanco también tienen condición de potencia: en estas se pueden escribir la biblia, los diálogos de Platón,  o un mensaje que colgado en la puerta de una carnicería diga: VUELVO EN 15 MINUTOS. Pueden también gobernar momentáneamente los aires en forma de avión de papel. Similar es el caso de los cheques que tendrán el valor que el emisor decida, (al menos hasta que el cobrador corrobore el estado de la cuenta del girador). Por supuesto también salvando la diferencia con la hoja de papel, de que el cheque raramente se utiliza con fines lúdicos y si se convierte en avión o cualquier otra producción origámica es, o bien porque efectivamente el cheque no tenía fondo, o porque el portador es un excéntrico.

Son muchas las entidades que están sometidas a constantes mutaciones o variaciones de forma impuestas por poderosas leyes que parecen inmutables, así como en la corriente del río, el agua toma la forma que sugiere el accidentado cause, los hombres tal vez llamemos complacencia al acto de amoldarnos a entornos más rígidos. En la Biblia, más estrictamente en Éxodo 3:14 dios le dice a Moisés: Yo soy el que soy. En términos aristotélicos dios está diciendo yo soy acto y no potencia, soy el que soy. Mientras tanto los hombres no contamos con esa dicha, estamos cambiando como el río.   El Tao te ching dice más o menos:

La persona sabia vive como el agua. El agua sirve a todos los seres y no exige nada para sí. El agua permanece más bajo que todos. Y en esto es parecida a Tao. 




viernes, 29 de julio de 2016

Sobre el estilo


La vanidad nos invita a llamar estilo a la repetición de elementos, osea a la evidencia de una limitación. 

Podríamos decir que es perceptible el estilo de un escritor cuando reconocemos, sus estrategias de escritura, sus herramientas lingüísticas:  si es nominal, verbal, hierático, moderno o lacónico; y como combina a cada una de estas en su obra, aun sin saber efectivamente que él fue quien escribió el texto. 
Algunos suponen que carecer de estilo es una debilidad,  sin embargo, es probable que pueda llegar a poseer estilo cualquiera que tenga el oficio o inclusive el hábito de escribir. Aun en los textos más elementales, en los carentes de pretensiones artísticas se puede percibir un estilo. Yo recuerdo que mi madre cuando salía de casa y nos dejaba a cargo a mi hermano y a mí, solía dejar notas escritas que siempre finalizaban con consejos morales del tipo de: Pórtense bien, sean buenos y no se peleen, etcétera y así se podía percibir una impronta estética.
De este modo estaríamos reduciendo la noción de estilo a la mera repetición de elementos. 

Otro tema de discusión independiente sería si en el arte, es mejor el que posee un estilo compuesto de muchísimos elementos, o si es superior quien es dueño de un estilo formado con poquísimos elementos. Se me ocurre pensar que quien sea poseedor de un estilo particularmente rudimentario no es capaz de crear obras maestras, sin embargo gran parte de los artistas del siglo XX estarían en desacuerdo, especialmente los minimalistas. Ahora bien, si damos por hecho que a mayor cantidad de elementos y combinaciones de los mismos, mejor es el estilo, nos encontramos con el siguiente conflicto:

Imaginemos que con la intención llegar al estilo perfecto un hombre muy lúcido se dispone a utilizar todos los elementos con todas sus posibles combinaciones y los plasma en su obra de arte. Pongamos por caso que se trata de un escritor y esos elementos serían todos los que se utilizan para escribir. Éste hombre, que es muy lúcido utiliza todos los elementos y los imprime en una obra literaria que pretende tener un estilo perfecto.
Una vez terminada su obra, piensa que su estilo es perfecto porque posee todos los elementos existentes en todas sus combinaciones existentes y por tal razón su estilo es muy vasto, pero finito, y si tiene fin, no puede ser perfecto. Entonces razona que un número finito de elementos no puede generar un número infinito de combinaciones, en otras palabras: los elementos son muchísimos y sus posibles combinaciones más aun, pero no infinitas. 
Más tarde se percata de que todo su esfuerzo fue en vano porque la vastedad de su estilo no conduce necesariamente a la belleza y ponerse en el trabajo desarrollar un estilo solo tiene sentido por su valor estético, osea que escribió una obra con fines estéticos que no es necesariamente bella. 

Mientras tanto un ser perfecto se dispone a inventar, palabras, signos de puntuación, inclusive novedosos elementos infinitamente para utilizarlos en su obra infinita, con lo que finalmente concluiríamos que el estilo perfecto sería la ausencia de estilo. O bien podríamos concluir que para que haya estilo tiene que haber límites y la perfección exige infinitud, razón por la que no existe el estilo perfecto. Todo esto, si reducimos la noción de estilo a la repetición de elementos. 
Y por supuesto esta obra solo podrá ser disfrutada por otro ser infinito y perfecto.

Al hablar de infinito y literatura recordé el Teorema del mono infinito de  Borel-Cantelli, que afirma que un mono presionando teclas azarosamente en una máquina de escribir durante tiempo infinito, podría escribir una obra de Shakespeare (O de cualquier otro) y esto es perfectamente posible porque cuando un número finito de contables (en este caso: puntuaciones, letras, palabras, frases, textos) se somete a la infinita combinación de los mismos, en algún momento sucederá la obra de Shakespeare, inclusive será reescrito este ridículo monólogo.
A pesar de que esto suene fantástico, le aseguro que mucho más asombrosa resulta la teoría de Charles Darwin que supone que el primate sometido a un transcurso finito de tiempo puede evolucionar de tal modo que un día está escribiendo Romeo y Julieta.   


sábado, 23 de julio de 2016

Sobre los usos ordinarios y extraordinarios de algunos objetos


Si yo le pregunto a un ciudadano del mundo para qué sirve una servilleta o una bicicleta fija, lo más probable es que no demore en describir su uso ordinario, sin embargo pocos saben que en un altísimo porcentaje, las bicicletas fijas son utilizadas solamente como percheros y ni hablar de servilletas que ocasionalmente pierden jerarquía al ser utilizadas como pañuelos; inclusive a veces, y afrontando un destino más trágico, como papel higiénico. Entonces debemos acordar que por pereza o necesidad, algunos objetos, por más evidentes y sugerentes que sean, parecen estar destinados otros servicios.
Respecto a las servilletas, traigo a colación un fragmento del codex Romanoff de Leonardo Da Vinci que dice más o menos lo siguiente:

La costumbre de mi señor Ludovico de amarrar conejos adornados con cintas a las sillas de los convidados a su mesa, de manera que puedan limpiarse las manos impregnadas de grasa sobre los lomos de las bestias, se me antoja impropia del tiempo y la época en que vivimos. Además, cuando se recogen las bestias tras el banquete y se llevan al lavadero, su hedor impregna las demás ropas con las que se los lava. Tampoco apruebo la costumbre de mi señor de limpiar su cuchillo en los faldones de sus vecinos de mesa.  
A este texto, que hoy se puede retomar por su valor histórico o por su valor humorístico, le sigue:

Al inspeccionar los manteles de mi señor Ludovico, luego de que los comensales han abandonado la sala de banquetes, hállome contemplando una escena de tan completo desorden y depravación, más parecida a los despojos de un campo de batalla que a ninguna otra cosa, que ahora considero prioritario, antes que pintar cualquier caballo o retablo, dar una alternativa.

Ya he dado con una. He ideado que a cada comensal se le dé su propio paño que, después de ensuciado por sus manos y su cuchillo, podrá plegar para de esta manera no profanar la  apariencia de la mesa con su suciedad. ¿Pero cómo habré de llamar a estos paños? ¿Y cómo habré de presentarlos?

Aunque no sea definitivo, este texto parece confirmar que Leonardo habría inventado los conejos, perdón… las servilletas. Aunque la idea ya esté clara no me puedo permitir privarlo, querido lector, del desenlace de esta historia que llega hasta nosotros gracias a Pietro Alemani que escribió respecto de Leonardo más o menos lo siguiente:

Últimamente ha descuidado sus esculturas y geometría y se ha dedicado a los problemas del mantel del señor Ludovico, cuya suciedad- según me ha confiado- le aflige grandemente. Y en la víspera de hoy presentó en la mesa solución a ello, que consistía en un paño individual dispuesto en la mesa frente a cada invitado destinado a ser manchado, en sustitución del mantel. Pero con gran inquietud del maestro Leonardo, nadie sabía cómo utilizarlo, o qué hacer con él. Algunos se dispusieron a sentarse sobre él. Otros se sirvieron de él para sonarse las narices. Otros se lo arrojaban como por juego. Otros, aun envolvían en él las viandas que ocultaban en sus bolsillos y faltriqueras. Y cuando hubo acabado la comida y el mantel principal quedó ensuciado como en ocasiones anteriores, el maestro Leonardo me confió su desesperanza de que su invención lograra establecerse.  
También podríamos recordar, del mismo Leonardo, su máquina para cortar berro que cuando fue probada le quitó la vida a seis hombres por lo que se sugirió que se utilice como arma de guerra. En definitiva podríamos decir que Leonardo era un maestro en el arte de construir cosas con una intención para que luego se utilicen con otra. Ni hablar de Einstein enviando cartitas al presidente comentándole sobre el potencial energético de Uranio; epístola que inspiró  a Roosevelt a utilizar de una manera diferente esa energía.  

Así podríamos citar miles de objetos que parecen ser útiles para un propósito pero finalmente se los utiliza para otro: Los automóviles son moteles, los dedos meñiques son utensilios para limpiar los oídos, los satélites son ovnis y los gatos son mascotas (salvo el de Schrödinger que es un conejito de indias que en su profunda depresión se siente muerto en vida)  

Dedicado a mis amigos conmovidos por la dualidad Onda-Partícula.  


viernes, 8 de julio de 2016

Sobre la juventud


Los jóvenes están PERDIDOS, duermen poco, festejan mucho, se ríen desmesuradamente, encumbran la belleza entregándose a los placeres del cuerpo, comen mucho, si sienten melancolía esta no les duele. 

                  Atentamente: Un ex joven (O un nuevo adulto) 

No es nueva la idea de que hay un devenir en la humanidad, razón por la que cada nueva generación representaría una versión corrompida de la anterior. Si a esto le sumamos la idea de que los más propensos a entregarse a una vida licenciosa son los jóvenes, podemos pensar que la juventud de hoy es la peor, y solo será superada por la del futuro que promete ser perfectamente mala. Sin embargo y a pesar de que le podemos dar crédito a esta idea; idea que le da alivio, principalmente a adultos que así suponen que a pesar de todo hay gentes peores que ellos, vale la pena pensar que muchas opiniones están fundadas, lisa y llanamente en la envidia.

A veces los jóvenes juegan a ser adultos y dicen cosas como: No te rías, no es gracioso. De este modo la característica de amargo o mesurado queda expuesta y con ésta, una condición de adulto, de hombre que no ríe, de maduro.

Sabemos que los jóvenes pueden beber más, correr más, comer más, bailar más y así puedo seguir citando muchos más verbos que no son más que delicados eufemismos de una actividad primitiva, primordial que posibilita la existencia, aunque la menor de las veces se práctica con esa intención, Y es algo que todos los seres humanos ejercemos por naturaleza. (Ustedes se imaginan a que me refiero: RESPIRAR) los jóvenes tienen la posibilidad de respirar más y mejor, y eso nos da mucha envidia. 

Los jóvenes no aman la juventud, sencillamente aman la vida porque se conectan con la vida desde su juventud. Los adultos intentamos darle un sentido a la vida, y eso está bien, de que otra cosa nos podríamos ocupar quienes ya no somos jóvenes. 

Querido lector, debo aclarar que crecer no es necesariamente horrible, sin embargo hace poco vi un grafiti que decía: NO CREZCAS, ES UNA TRAMPA. Y a pesar de que estoy rotundamente en contra de los grafitis y más aun, de los insubordinados que rayan espacios públicos; sin ánimos de dejar expuesto mi trastorno paranoide de la personalidad, debo aclarar que si en el futuro escribo atentando contra los jóvenes, será porque lo poco que me queda de juventud habrá envejecido. Sé que suena extraño pero quién sabe qué podría llegar a pensar de aquí a unos años si hoy me declaro enemigo de los grafitis y hace algunos años escribí con aerosol en la pared de un vecino: NO CREZCAS, ES UNA TRAMPA.