viernes, 1 de abril de 2016

Sobre la angustia y la dicha en el trabajo

Acompáñeme en esta simple cuenta querido lector: 

Las semanas constan de siete días. En gran parte de los pueblos de occidente se dedican cinco o seis al trabajo y uno o dos al descanso, de manera tal, que quienes se sometan a esta forma de vida, durante el tiempo que se sometan, irán al trabajo el 71, 428 % de los días, y esto si solo trabajan cinco días, en el caso de que trabajen seis, el porcentaje sube hasta el 85, 714%. 

Esta es una maravillosa noticia considerando que el 28,571% o 14,285% de los días nos pertenecen completamente para hacer lo que nos plazca y luego podemos dedicar la mayoría de los días al trabajo que nos genera placer y nos dignifica. Por supuesto, la noticia se torna menos maravillosa si el trabajo que hacemos no nos genera placer ni nos dignifica de ninguna manera, es más, ponerse a corriente de estos porcentajes puede resultar tan poco maravilloso que bien podríamos considerarlo una horrorosa noticia. 

Aquellos que no tienen la dicha de trabajar en lo que aman tienden a colocar anestesias a estos números, suman vacaciones, y así mueven algún punto el porcentaje, además piensan que si bien es verdad que más del setenta por ciento de los días se los dedican al trabajo, no trabajan veinticuatro horas. Los más autocomplacientes sacan nuevos porcentajes contando horas de labor y horas de tiempo libre, a veces haciendo trampa y no sumando horas de traslado hasta el lugar de trabajo y restando los minutos otorgados para el refrigerio (como si viajar hasta el trabajo y comer allí inscribiesen como placeres de la vida.) 

Muchos siquiera saben si son felices haciendo su trabajo, otros directamente comprenden que el trabajo es un castigo y simplemente resisten. Si usted está en duda, aquí le dejo una pequeña encuesta que puede ser esclarecedora:

Su trabajo no le gusta si:

a) Alguna vez se imaginó a su jefe siendo atacado por pirañas, y luego de generar esta imagen mental se rió con el seño fruncido. 

b) Si siente que los lunes son los peores días y los viernes los mejores (en el caso de comenzar y terminar la semana laboral en otros días adecúe la pregunta) 

c) Si vuelve a su casa queriendo solamente dormir y siente que le duele todo el cuerpo incluyendo pelos y uñas.

Su trabajo le gusta si:

a) Alguna vez se quedó después de hora aunque su jefe ya se haya ido y no queden testigos de tal hazaña.

b) Puede reírse al menos una vez al día y no de pirañas u otras alimañas atacando a superiores.

c) Realmente considera que, el cepillo de dientes, la ropa interior y el papel higiénico tienen trabajos peores que el de usted.

Probablemente muchos de ustedes, están al tanto de aquella noticia que relata los suicidios de tres operarios chinos que decidieron tirarse por las ventanas. A razón de estas tragedias la empresa tuvo la decorosa idea de colocar redes anti suicidio a las afueras del edificio. Seguramente quienes están a cargo intuyen que a muchos de sus empleados no le genera gran felicidad realizar ese trabajo que ellos ofrecen. En definitiva, el trabajo es evidencia de una imperfección, los dioses no trabajan, nunca les hizo falta. Otorgando dicha o no, el trabajo siempre está evidenciando una carencia, una necesidad y una búsqueda, así que en definitiva el mejor de los trabajos no es perfecto. De cualquier manera no elija conformarse, no llegue al extremo de tener que ser contenido por redes anti suicidio.    


domingo, 27 de marzo de 2016

Sobre las revelaciones de los ignorantes


Nosotros, los ignorantes, creemos que inauguramos, descubrimos y creamos más que ningún otro ser. Por nuestra condición de ignorantes solemos sentimos genios y por sentirnos genios estamos condenados eternamente a la ignorancia.

Recuerdo cuando inventé el acorde Do mayor, fue la cálida mañana del 27 de Septiembre de 1999. Por supuesto, yo jamás lo hubiese llamado Do mayor, se me ocurrían nombres como: Gemido de libélula o destellos vernales. Durante el atardecer del 29 de Septiembre decidí hacer público mi descubrimiento armónico ante un selecto círculo de amigos y familiares. La expectativa generada era tan grande como mi ansiedad. Todo fue magnífico; posé mis manos sobre las cuerdas y toqué mi acorde con decisión, entonces todos quedaron en silencio hasta que uno de los presentes, con no menos conocimientos musicales que malicia, informó al resto que lo que yo estaba tocando no era ningún invento mío. Agregó que era un acorde utilizado desde hace poco más de medio milenio y que, para mayor desilusión mía, llevaba el insulso y flemático nombre de Do mayor. A partir de este suceso se me ocurrió pensar que, tal vez, muchísimos de mis geniales inventos podrían haber sido ya inventados sin que yo lo supiese.

En el mundo de la literatura esto sucede con insólita recurrencia, y creo que seguirá sucediendo. De vez en cuando aparecerá un escritor jactándose de haber desarrollado algo nuevo. Llegará con su obra como quien llega con un paquete de luz bajo el sobaco y tratará de persuadirnos de que él es el inventor de la novela policíaca. 
Para los artistas ignorantes, la novedad y la originalidad son las cumbres del arte. Por supuesto creemos esto porque nos consideramos creadores natos. Inclusive, si sospechamos que no estamos siendo lo suficientemente vanguardistas, somos capaces de generar obras carentes de toda razón.

 No creo que sea nocivo el hecho de que se escriban cosas ya escritas, lo llamativo es que la crítica premie con el adjetivo de novedoso a obras que definitivamente no lo son. Debemos recordar que la novedad no lo es todo y lejos está de ser la única pretensión artística. Contrariamente en el mundo de la ciencia ningún sentido tiene escribir y publicar un ensayo que diga cosas ya dichas, quiero decir: Qué aporte haría a la ciencia que yo escriba: Los seres vivos evolucionan. Aunque parezca difícil de creer todos los años se publican ensayos psicológicos con planteos sino idénticos al menos muy parecidos a otros ya divulgados y esto no solo se da en esta disciplina académica.

Es importante recordar además que algunos genios se concentraron tanto en sus investigaciones y producciones, y dedicaron tanto tiempo a eso, que llegaron a despreocuparse de las publicaciones. Mientras al señor Charles Darwin le demandó más de veinte años publicar El origen de las especies después de haberla terminado, yo ya publiqué esto que recién se me ocurre.  Muchos ya me dijeron que este texto ya fue escrito, que esta idea ya fue planteada y de hecho, en muchas ocasiones, en la mayoría, con mayor nobleza. Sin embargo, yo que no sé, ni me importa si es así, oficiando como ignorante indiferente, largo este monólogo al mundo con la intención de ser novedoso porque en definitiva a nosotros los ignorantes nada nos conmueve más que la sensación de revelar novedades al mundo.