Me
resulta increíblemente llamativo que la transgresión de toda convención social
sea festejada. Sí considero que algunas costumbres, con el paso del tiempo, dejan de ser
efectivas, por ejemplo: Desearle mucha
mierda a un artista.
(A modo de nota al pié de página: Antes de la aparición del automóvil la gente acudía a los teatros en carretas tiradas por caballos, razón por la cual una acumulación extraordinaria de heces en la puerta del teatro representaría gran asistencia. Sin embargo, a partir del desuso de vehículos tracción a sangre, desearle mucha mierda a un artista deja de ser sinónimo de concurrencia para ser sinónimo de constipación.)
Sin embargo creo que existen otras convenciones sociales que funcionan mejor tal cual las conocemos. Y esta no es una opinión impulsada por un espíritu conservador sino, más bien, por la efectividad que supone seguir en la misma senda, al menos respecto a estos ejemplos que planteo a continuación.
(A modo de nota al pié de página: Antes de la aparición del automóvil la gente acudía a los teatros en carretas tiradas por caballos, razón por la cual una acumulación extraordinaria de heces en la puerta del teatro representaría gran asistencia. Sin embargo, a partir del desuso de vehículos tracción a sangre, desearle mucha mierda a un artista deja de ser sinónimo de concurrencia para ser sinónimo de constipación.)
Sin embargo creo que existen otras convenciones sociales que funcionan mejor tal cual las conocemos. Y esta no es una opinión impulsada por un espíritu conservador sino, más bien, por la efectividad que supone seguir en la misma senda, al menos respecto a estos ejemplos que planteo a continuación.
No toda
transgresión es sinónimo de superación…
Pocos
sonidos hay tan repulsivos como los generados por los comensales deglutiendo
sus alimentos y dentro de todos los alimentos que existen pocos hay tan
sonoros como el pururú, pochoclo, popcorn o como sea que le llame usted al maíz
tostado. Esto lo sabe cualquier persona que esté en sus cabales. Aún así el
ansia de transgresión hizo que no sólo en el cine, sino también en algunos
teatros, permitan que alguien que está sentado a no más de 30 centímetros de
distancia y con su mandíbula a no más de 20 centímetros de nuestra oreja, pueda
generar un concierto paralelo al que se está dando sobre el escenario. ¿Acaso
soy el único que padece al ver a una familia entera aproximarse con baldes
rebasados de este hosco, disonante e inarmónico alimento?. Como si
esto no fuese suficiente, las viejas de las primeras filas no se privan de
hacer sus desatinados comentarios estéticos y artísticos y, al finalizar la
obra, la gente aplaude, grita, silba, hace genuflexiones indescifrables y se
expresa con la ferocidad de una barrabrava. A esta altura, el director mira al
público con cierta desconfianza e invita a los músicos a abandonar el escenario
de inmediato. Estos comportamientos hacen que se pierda la eficacia del objeto
principal que era escuchar los diálogos de la película y no la deglución de
alimentos y asistir a un concierto y no a una clase abierta de crítica del
arte. Ese sentido de la ubicación sirve para que nos comportemos con mesura en
el teatro y alentemos con ferocidad en un partido de fútbol.
Los argentinos, mundialmente famosos, por nuestro comportamiento exacerbado como público, hemos comprobado que es favorable esta excitación en la cancha de fútbol, y tal vez, por esta razón no encontramos muchas hinchadas que canten en un mezzo forte:
Lo que
importa es la belleza,
Belleza
que este equipo
Imparte
con grandeza.
Por el contrario, muchas
hinchadas componen versos que advierten a sus jugadores que si no ganan, no sale
nadie con vida del estadio, y que la hinchada del equipo contrario tiene
comportamientos similares a los de las fuerzas policiacas y las rameras. Por difícil que sea de comprender, evaluando las declaraciones de muchos jugadores parece ser que estas
canciones son efectivas y colaboran al buen desempeño del equipo. Diremos entonces que también conviene el sentido de la
ubicación aún en situaciones sumamente groseras mientras sean propicias para nuestro amado club.
En lo
que respecta al arte de la seducción, no resulta conveniente entablar
conversaciones demasiado complejas en primera instancia ni hacer una
enumeración de las virtudes que según nosotros poseemos. Tengo un amigo que
espantó a más de un centenar de mujeres explicando el concepto del primer motor
inmóvil y sigue preguntándose cómo puede ser que las jóvenes féminas que
asisten a los bares no sientan interés por la explicación aristotélica del
origen del universo. Tras comprobar la ineficacia de esta fórmula de seducción
apostó por el extremo opuesto. Durante el cursado de algunas materias de Letras
Clásicas infirió a algunas estudiantes unas rimas que por pícaras y livianas
pecaban de obscenas. Él se defendía alegando que se trataba de textos
priapeos. Aún así, el único contacto físico que concretó fue recibiendo cachetadas, y el único
intercambio de fluidos se dio cuando la saliva de la belicosa y robusta Marta
impactó la frente de este
desventurado seductor. Una vez más usemos el sentido de la ubicación y comencemos
el diálogo con la clásica: “¿venís seguido a este bar?”.
Por
último, y casi como si se tratase de una denuncia, me pregunto: “¿Por qué algunos orientales se ríen siempre?” Es inquietante toparse con gente que siempre está
de buen humor. Creo que tendríamos que organizarnos para transmitirles algunas malas noticias que los llamen al sosiego y a la consternación. Podríamos aprender sus idiomas para decirles frases del tipo de: Usted es mortal. Es potencialmente probable que
algún día le duela la muela. Las mujeres lindas envejecen y las feas también
(lo que se torna insoportable). Si nos esmeramos podríamos aprender muchas otras frases por el estilo que no puedo
enumerar dada la brevedad prevista para este ensayo. En mi experiencia, he encontrado orientales riéndose inclusive
en Pompeya, sacándose fotos posando con el dedo índice y el mayor erguidos y el
pulgar sobre el anular y el meñique, lo que indica que muchos orientales,
encima de ser desubicados, son peronistas.