viernes, 11 de noviembre de 2016

Sobre la espera


Aunque algunos se hayan tomado el trabajo de acuñar frases como: En la dulce espera. Todos sabemos que ninguna espera es dulce y que los sentimientos que nos despierta van desde la simple ansiedad hasta la simple gana de zaherir inescrupulosamente con la impostación y potencia del rey Leónidas de la película 300 a todo aquel que nos someta a esperas prolongadas (y con prolongadas me refiero a mas de tres segundos). Sin embargo, según me aconseja mi yogui, es necesario encontrar la paz interior, respirar profundamente y analizar con detención el hecho de la espera, así que a él le dedicaré este monólogo. Veamos:

Quienes temen o detestan las largas esperas ya tienen su propia fobia, se llama macrofobia. Su nombre suena genial y la puede conseguir en cualquier atención al público del estado.

Etimológicamente la palabra espera está vinculada con la esperanza. Por ejemplo: uno tiene la esperanza de que el señor que atiende en el mostrador deje su teléfono un segundo, revise su facebook en su casa y atienda más rápido. Esa esperanza es la que nos mantiene en la fila y razón por la que no nos retiramos blasfemando e insultando a los progenitores del señor del mostrador.

No me detendré a analizar a qué clase de persona se le ocurrió inventar la sala de espera. Estoy seguro de que antes de ingresar al infierno hay una sala de espera de la que probablemente jamás salga el condenado, entonces ese será el castigo: La promesa de un colosal mal venidero, sentado eternamente en las desesperantes sillas de una sala de espera. 

Podemos sospechar que existe un gremio de adoradores de la espera, que lejos de pretender ordenar el tráfico solo coloca semáforos para someternos a su dogma cada cien metros. 

La espera está vinculada con la conciencia y no con el mero transcurrir del tiempo, su antónimo, lo inesperado, no es consciente, ahí radica su conmovedora efectividad, de cualquier modo tampoco es tan prometedor; sabemos que suceden cosas inesperadas y malas, entre éstas solo nos detendremos a citar a la muerte, que no siempre tiene el decoro de anunciarse mediante una enfermedad lo suficientemente prolongada como para permitirnos ordenar papeles, quemar poemas de nuestra autoría cuyo resultado no fue el esperado, instrumentar justas sucesiones y despedirnos de amigos y amantes (no cito la despedida de familiares porque estos comúnmente están, sin embargo los amigos y los amantes suelen ser impuntuales incluso para una cita fatal, además suelen no sentirse cómodos en el ámbito familiar y las citas en los bares suelen ser incómodas para el moribundo). 

La hermosa y fiel Penélope espera a su marido, Odiseo Rey de Ítaca que partió a la guerra de Troya. La guerra dura diez años y el retorno otros diez años más porque durante el viaje Odiseo se detuvo en una isla y cegó un ojo de Polifemo, que casualmente era un cíclope (o sea que cegando solo un ojo le bastó para cegarlo completamente) y para colmo de males, el cíclope era hijo de Poseidón, Dios de los mares; considerando que Odiseo reinaba una isla, viajar por mar era obligatorio (ya se imaginarán lo difícil que puso las cosas el papá del monstruo cegado). En definitiva el héroe tiene algunos contratiempos, muchas peleas, dos amantes, una de las cuales es la hermosa ninfa del mar Calipso con la que convive siete años hasta que finalmente los dioses se compadecen del héroe y le permiten retornar a su hogar después de veinte años. Mientras tanto Penélope, negada a aceptar la muerte de su marido tiene como huéspedes a múltiples pretendientes a los que les dice que accederá solo cuando termine de tejer un sudario en el que está trabajando. Para demorar la finalización del tejido Penélope teje durante el día y desteje por la noche, así finaliza el tejido veinte años después justo para la llegada de su marido con el que vivirán felices.
   
Los cristianos esperaron la llegada del hijo de Dios y hace dos milenios esperan una segunda visita, los judíos, menos dichosos en este sentido, aun esperan su mesías. Para los cristianos que tienen la esperanza de ser merecedores del paraíso es justo que el suicidio sea considerado pecado, de otra manera, ¿Quién soportaría vivir más de tres décadas esta vida teniendo la promesa de la perfecta dicha después de la muerte?

En definitiva, esto es lo que puedo decir al respecto de la espera. Descubrí que la vida se compone más de esperas que de la concreción de sucesos esperados y por tal razón es lícito intentar aprender a disfrutar de la espera que parece ser la materia prima de esta vida, aun así, querido profesor de yoga, si valiéndose de su supuesta filosofía oriental sigue llegando tarde a sus clases y encima tiene el tupé de mandarme a reflexionar sobre la espera le prometo que yo lo voy a aleccionar utilizando todo lo que me enseñó de karate otro compatriota suyo, tan profundo y filosófico como usted.

Atentamente: Uno de sus alumnos que además es cinturón negro en karate