viernes, 1 de julio de 2016

Sobre los epitafios


Ante todo debemos recordar que un epitafio tiene por objeto honrar al difunto y no procura ser justo. Quienes componen epitafios no necesariamente pretenden ser sinceros y esto se evidencia en los pocos epitafios que dicen, por ejemplo: A un pésimo padre, golpeador y borracho pero buen cliente. Atentamente personal del prostíbulo Afrodita. Por el contrario los epitafios engalanan al difunto acusando la supuesta posesión de virtudes y al mismo señor que le cabía el epitafio anterior le dedican: A un excelente padre, cariñoso, sano y hombre de familia. Con cariño tus hijos. 

La ausencia de pretensiones filosóficas en los epitafios se evidencia también cuando son escritos por enemigos del difunto. Groucho Marx pensó el siguiente epitafio para su suegra: RIP, RIP, ¡HURRA!  
También son comunes los epitafios que reúnen una innecesaria cantidad de adjetivos, parentescos, títulos nobiliarios, oficios, credos religiosos y datos innecesarios a los fines prácticos del muertito y del casual y desinteresado lector. Para finalizar terminan aclarando que quien dedica la placa es la familia, como si los lectores no supiésemos que en toda familia hay un mezquino que nunca pone su parte del dinero, y no por juzgar una bajeza literaria este conglomerado de inconexas palabras, sino por saber la incómoda situación que supone cobrar una suma insignificante y que remueve tantos sentimientos al tío.

El epitafio de Sícilo, tiene valor no por su carácter de texto mortuorio, sino porque acompaña al texto la melodía escrita más antigua que se ha descubierto hasta la fecha. Este epitafio musicalizado está inscripto sobre una columna que fue encontrada en el siglo XIX y perdida en el siglo XX. No se alarme querido lector que fue recuperada aunque con la base desgastada, lo que ocasionó la pérdida de la última parte del texto. La columna era utilizada por una vieja para apoyar una maceta y aunque pienso en cual podría ser la mejor base para mis macetas no se me ocurre ninguna mejor que una columna de la antigüedad que tenga inscripta una melodía. 

Para quienes consideran que el fin del arte es la conmoción, cada declaración desgarradora expresada en un epitafio representa la hermosa pincelada de una obra maestra. Aunque resulta más acabada la idea de Thomas Stearns Eliot: Every poem is an epitaph (Cada poema es un epitafio) sin embargo; hay epitafios que conmueven más por su belleza o su gravedad filosófica que por la consternación que nos provoca. Recuerdo que en un museo de Roma, creo que en el museo nacional romano, hay una sala con lápidas mortuorias antiguas, y una, del siglo I a.C me llamó particularmente la atención; estaba dedicada de un padre a su hija y decía más o menos lo siguiente:

Toda la belleza de su rostro y su figura tan elogiada no son más que una suave sombra y sus huesos pocas cenizas.

Es realmente conmovedor, pero no por tratarse de un padre despidiendo a su hija, sino por tratarse de un antiguo, que rotundamente acorde a la filosofía de su tiempo, no padece tanto la muerte como si padece al descubrir que el universo ha perdido algo de su belleza.
Para nosotros, quienes leemos esta inscripción en la lápida mortuoria no se trata de un epitafio, se trata de un aviso que bien podríamos traducir en: Llegaste tarde.