Recuerdo que en mi infancia solía olvidarme de muchas cosas
con asombrosa facilidad, más de una vez, dentro del supermercado, y de cara al
carnicero, solíamos quedarnos algunos segundos sosteniendo nuestras miradas, él
posiblemente creyendo que yo estaba intentando recordar que corte quería, yo preguntándome
que hacía en la carnicería del supermercado. Con el paso de los años mi memoria
se fue ampliando aunque muy levemente; ya para la adolescencia podía recordar
hasta tres artículos, aun siendo estos de diferentes secciones, con combinaciones
tan poco lógicas como perfumería, carnicería y artículos del hogar. Este desarrollo
de mi memoria fue significativo pero, aun así deficiente; más de una vez le adjudiqué
frases de Shakespeare a Maradona, inclusive una vez, le otorgué una de Nietzsche
a Jesús (Creo que mi mente los asocia, según recuerdo, porque ambos usaban bigote).
Vale aclarar que existen diferentes categorías de memoria,
inclusive pareciera que hay una buena y una mala memoria. Solía pensar que
tenía buena memoria quien podía recordar absolutamente todo, por ejemplo: en
que butaca se sentó la vigesimoséptima vez que viajó en bus. Por el contario, mala memoria sería la del que
ya hace tres minutos que está en la carnicería preguntándose qué hace en ese
lugar mirándose a los ojos con un señor repleto de manchas de sangre que
sostiene un cuchillo tan grande. Sin embargo y a pesar de que parece ser que
estas son las dos clases de memoria, puedo asegurar (si mal no recuerdo) que a
los dieciocho años (si mal no recuerdo) me pregunté por qué no podía olvidar a aquella
que tanto quise y cómo podía ser que recordar algo ahora fuese sinónimo de mal, de memoria mala. Recuerdo también a un profesor de historia que tenía poca memoria
y era muy orgulloso; cuando alguien le preguntaba algo y él no recordaba la
respuesta se inventaba una, a razón de este doble padecer del señor profesor Sánchez
yo insistí durante muchos años en que Colón había llegado a las costas de América
en el año 1942, lo que indica que memorizar cosas mal aprendidas también es
causante de memoria mala. A partir de
este conflicto planteé la siguiente fórmula:
Dos tipos de mala
memoria, La clásica: querer recordar algo y no poder, y la realmente mala,
querer olvidar y no poder.
Con esta fórmula dejé de llamar mala memoria al hecho de olvidar
y comencé a sentirme un virtuoso del olvido, de hecho siquiera recuerdo quien
era la que no podía olvidar y tanto quise porque ya la olvidé; como dijo Martín
Lutero: el pasado está lleno de cosas que no recuerdo. Aunque pensándolo bien
creo que esa frase la dijo Martin Luther King, (Creo que mi mente los asocia
porque ambos eran alemanes). Si me pongo a hacer memoria me parece que esa frase
no la dijo ninguno de los dos, así que voy a operar como todos los que no
recordamos bien quien dice una u otra cosa apropiándome de la frase, si, así
es, esa frase es mía, es más, voy a agregar algunas cosas más al respecto en el párrafo siguiente.
Si mi memoria me acompaña, en el párrafo anterior dije
claramente que la memoria opera de forma sorprendente, hasta con cierto excentricismo,
y esto se evidencia cuando nos trae a la mente recuerdos retocados repletos de
encantos que la vivencia en tiempo presente de la misma anécdota no tenía, la
memoria nos trae siempre información falsa, nos hace creer que la niñez fue
hermosa, que nuestras ex parejas eran adorables, y por sobre todas las cosas nos cuenta una
historia feliz de nuestra vida cuando en realidad éramos los mismos hastiados
de la densa realidad que somos hoy.
De cualquier modo no recuerdo porqué comencé a contarle todo
esto señor carnicero, lo único que recuerdo es que quería un kilo de, de, de…
No me lo va a creer pero me olvidé, espéreme aquí que yo voy a volver a mi casa
a preguntarle a mi mamá y vuelvo a charlar con usted o a comprarle carne, que
aunque parezcan ser cosas muy distintas, a quién le importa que hagamos, si lo
mismo me voy a olvidar y usted también.