viernes, 6 de mayo de 2016

Sobre la mentira


Dice más o menos Lacan: Yo digo siempre la verdad, no la verdad entera, porque de decirla toda no somos capaces. Es materialmente imposible, no hay suficientes palabras, y precisamente, por esta imposibilidad es que la verdad aspira a lo real.

Con gran astucia Lacan nos presenta en pocas palabras un conflicto complejo. Él se percata de que las palabras no son suficientes para definir perfectamente ninguna cosa. Pero es necesario que vayamos más allá en este planteo. Imaginemos por ejemplo, que sabiendo que las palabras piedra, roca, pedrusco y todos los sinónimos que existan son pocos y con seriedad comenzamos a inventar sinónimos a los que les otorgamos significados para tratar de definir con mayor precisión lo que es el objeto piedra. Pongamos por caso, que siendo vehementes, nos inventamos un millón de palabras nuevas con sus respectivas definiciones acordes a todos los campos del pensamiento. Aun así debemos recordar que este millón de palabras diseñadas para definir a las piedras no son piedras, son solo palabras y definiciones. En definitiva, la palabra siempre es mentira, siempre es un intento de representar una cosa real con otra ficticia: una piedra con una palabra. 
Cuando yo digo Árbol le hago creer al interlocutor que eso que dije es un árbol, él se imagina un árbol, pero en realidad es solamente una palabra que está muy lejos de ser tan compleja como es el objeto árbol. Si la palabra escrita es un defecto del habla, nombrar cosas, hablar, es un defecto de la realidad y por ende es una forma de engaño. El pintor surrealista belga René Magritte nos plantea lo mismo en su serie La trahison des images, en la que, en uno de los cuadros, podemos ver una pipa pintada con gran realismo, debajo  de la cual está escrito: Ceci n´est pas une pipe (Esto no es una pipa), y a pesar del asombro de muchos de los que contemplan la obra, es fácil entender que no se trata de una pipa, es simplemente un cuadro. Así de confusa se nos vuelve la verdad, que en nuestra mente se presenta como sinónimo de la realidad y posible de ser expresada con palabras. 

Sin embargo y a pesar de que debemos considerar que las palabras solo son un intento de representar la realidad, también debemos recordar que algunos son imprecisos a propósito porque de esta manera obtienen algo a cambio. Dice Nietzsche: En la medida en que el individuo quiera conservarse frente a otros individuos en un estado natural de las cosas, tendrá que utilizar el intelecto, casi siempre, tan solo para la ficción. Pero, puesto que el hombre, tanto por necesidad como por aburrimiento desea existir en sociedad y gregariamente, precisa de un tratado de paz, y conforme a este, procura que, al menos desaparezca de su mundo el más grande bellum omnium contra omnes (La guerra de todos contra todos). Este tratado de paz conlleva algo que promete ser el primer paso para la consecución de ese enigmático impulso hacia la verdad. Porque en ese momento se fija lo que entonces debe ser verdad, es decir, se ha inventado una designación de las cosas uniformemente válida y obligatoria, y el poder legislativo del lenguaje proporciona también las primeras leyes de la verdad, pues aquí se origina por primera vez el contraste entre verdad y mentira. El mentiroso usa las legislaciones válidas, las palabras, para hacer aparecer lo irreal como real. 

Mientras algunos mienten con la intención de permitir la vida en sociedad, otros, menos nobles, usan el teléfono para mentirle a sus esposas cuando están con sus amantes, a sus amantes cuando están con sus amigos y a sus amigos cuando están con sus esposas. Quiero decir, como si no fuese suficiente con tener que admitir que la palabra es un intento imperfecto de representar la realidad, encima, hay quienes agregan y quitan elementos de su pobre percepción para sacar partido de esto. A esta categoría de mentirosos les cabe solamente dos denominativos: Artista o loco. 

Sabemos que  muchos artistas se ufanan al describir mundos imaginarios, inventados, no reales, mentirosos, que según algunos, tienen tantas chances de ser reales como los libros de ciencia. Aun así debemos admitir que en el arte de inventar realidades paralelas nadie es más venturoso que los políticos, que han hecho de la mentira su única herramienta laboral. Si para mentir, el medio más utilizado es la palabra, propongo esta paradoja: Un político mudo.

Adjunto a continuación una lista de personas que erróneamente son consideradas incapaces de mentir:

-Los niños, mienten, a menos que los unicornios y el resto de alimañas que dicen ver realmente existan.

-Los borrachos, mienten, a menos que sus declaraciones de amor y expresiones de cariño sean reales y amen al prójimo más que Jesús.

-Los pescadores, mienten, réstenle el 67% del tamaño a todas sus presas, salvo a las que tienen embalsamadas decorando la sala (Esas son compradas)   

Tampoco es justo considerar que toda la culpa es de la palabra, en definitiva, en tal caso podríamos decir que los mudos estarían más próximos a la realidad y no es así, simplemente porque la palabra es mayoritariamente resultado de la percepción, y los sentidos simplemente conectan el mundo exterior con el cerebro, pero son imprecisos, René Descartes ya desconfiaba de ellos. En definitiva, nuestros imperfectos sentidos envían información desvirtuada de la realidad a nuestro imperfecto cerebro, que genera un imperfecto lenguaje, que utilizamos para decidir que es verdadero y que no lo es. Entre tantas falencias no es un exabrupto utilizar la palabra casualidad, para definir a la verdad. Sin embargo la realidad deja filtrar alguna de sus verdades por nuestros imperfectos sentidos. La más axiomática verdad, filtrada en nosotros, nos reza lo siguiente: Eres mortal. La segunda y no menos evidente es profesada solamente por mujeres que gritan: ¡Quién fue el infeliz que hizo pis sin levantar la tabla del inodoro! 


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