En primera instancia voy a intentar establecer diferencias
entre cada uno de los tópicos, inclusive describiendo distintos niveles o
grados en algunos de ellos. Veamos:
La traición implica ante todo la falta a una regla. Suele
ser un acto de falsía en el que ocasionalmente el traidor oculta su fechoría.
Ahora bien, aunque resulte difícil ser razonable cuando se ha padecido una
traición, me ofrezco en esta ocasión como ayudante para intentar establecer
diferencias entre las múltiples clases de traidores, para que no vayan a parar,
injustamente, todos al mismo círculo. En principio sabemos que hay traiciones más
leves y entre éstas ubicaremos a aquellas traiciones que menos dolor nos
ocasionen y principalmente menos mala intención denoten en el traidor. De ahí
podemos deducir que hay traidores de distintos grados. Planteo algunos
ejemplos:
Es un traidor menor aquel que una vez en la vida cometió la
torpeza de traicionar y por este error no podemos ponerlo en el mismo estante
del traidor profesional que traiciona casi cotidianamente. Es una torpeza creer
que una vez que alguien traiciona estamos ante un traidor compulsivo, del mismo
modo que no podemos considerar redimido completamente al traidor profesional,
porque en una ocasión se privó de traicionar a pesar de haber podido. A partir
de este planteo se me viene a la cabeza una conversación entre dos amigos en la
que, uno que es infiel por excelencia recibía las acusaciones del otro, y luego
de escuchar con la cabeza gacha, el acusado respondió: ¡Vos no engañas a tu
mujer porque hasta el Cuco tiene mejores opciones! Si le damos crédito a este
planteo podríamos decir que algunos feos podrían ser traidores ineficientes.
Los feos lidiamos eternamente con la incógnita que supone no saber si somos
fieles por convicción o por incapacidad.
Del traicionado no podemos decir mucho, solo que dependerá
de su capacidad de perdón, olvido o desinterés por el traidor y otras
consideraciones más, perdonar o no. La mayoría de las veces la gente prefiere
ocupar el lugar del traidor antes que el del traicionado, aunque confiesa
públicamente lo opuesto por razones que no me detendré a explicar. El punto es
que se suele considerar que el traidor la pasa bien y si nadie se entera, fue
feliz, hizo daño y no pagó las consecuencias, cuando en realidad no es así, él
ya se enteró de que es un traidor y como si esto fuese poco, ocasionalmente
tiene un cómplice para constatarlo. Se suele escuchar en defensa de los
infieles la siguiente frase: “No es infiel, simplemente no puede dejar de ser
fiel a sí mismo”. Esto es mentira, el infiel, ante todo es infiel a sí mismo, se
miente y les miente a los demás, alguien que siempre es fiel a su persona le
diría a su mujer: Yo que no puedo dejar de serme fiel, voy a vivir un romance
apasionado con tu prima y vuelvo a las nueve en punto. Sin embargo sabe que su
mujer muy probablemente sea fiel a sí misma también y le diga: Yo, que tampoco
puedo dejar de serme fiel, no me opongo a que hagas lo que quieras con la
alimaña de mi prima, pero quiero el divorcio, y no te preocupes por la hora. El infiel, tiene cosas que ocultar y todos
sabemos lo enojoso que se nos hace ocultar cosas y lo lindo que es ser fiel a
sí mismo y hacer lo que nos place, como nos place y cuando nos place. En
definitiva en la infidelidad, que es una categoría de la traición, no hay
plenitud. (Son muy pocos los cornudos que se privan de repetir una y otra vez
esta frase con actitud de superado en todo tipo de reuniones: EN LA
INFIDELIDAD, NO HAY PLENITUD, por desgracia ocasionalmente un astuto y
malicioso infiel presente en alguna fiesta podría manifestar: a veces tampoco hay plenitud en la
fidelidad, y una vez dicho esto, se acabó la fiesta para todos)
Del mismo modo que, erróneamente, se considera que es mejor
ser traidor que traicionado, muchos creen que es mejor ser desconfiado que confiado,
esto es un error grosero, y voy a intentar explicar por qué.
El confiado es alguien que cree y por defecto posee seguridad
(o viceversa, aun no me decido), sella pactos y se imagina en el futuro a cada
una de las partes cumpliendo con sus deberes, razón por la que el impacto y la
desilusión ante una maniobra impía de la otra parte, es potencialmente más
fuerte y dolorosa para éste que para el desconfiado que ya suponía que esto podía suceder. Sin embargo, el confiado
vive relajado, en paz y concentrado en sus cosas hasta que le llega la
traición, la cual padece intensamente pero durante menos tiempo y por supuesto
a veces no llega nunca. Sin embargo, la mayoría opta por ser desconfiado y
perseguir a sus socios, husmear el celular de su pareja, y averiguar
conversaciones de amigos para intentar anticiparse a una traición y así “librarse
del pesar”. Lo que no piensa el desconfiado es que con este proceder se está
procurando un constante dolor, soportable, pero doloroso y constante al fin,
sumándole el riesgo que se corre por desconfiar de alguien que posiblemente
merecía confianza, malgastando horas jugando a Sherlok Holmes.
En definitiva, este blog prefiere:
-A las mujeres que se siguen enamorando aun después de ser
engañadas por sus maridos y primas.
-A los niños que a pesar de dormir relajadamente por
acostarse en la cama de sus padres, a la mañana siguiente amanecen solos y en
su habitación, y aun así cada noche se concilian con sus progenitores.
-A los hombres que les preguntan una sola vez a sus
novias a donde van y no las hostigan con infinitos cuestionarios sospechando
que no van realmente a la peluquería y se están yendo a un motel con Brad
Pitt.
-A los perros, que siquiera gruñen a los ladrones y solo
ladran a las ruedas de todos los autos que vieron en su vida.
Y ante todo, a los feos y feas infieles, que aunque siendo poseedores de un deleznable hábito, al menos sirven para desacreditar todo lo antes dicho en este blog.
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