viernes, 16 de octubre de 2015

Sobre los juegos y juguetes de antes y los de ahora

Con esto me refiero a los cambios que se dieron desde mediados del siglo XX hasta la actualidad en lo que respecta a los juegos y principalmente a los juguetes, considerando el desarrollo tecnológico entre otros.

Existe la idea de que los juguetes de antes estimulaban en mayor medida la creatividad y yo sospecho que no es así, al menos no en todos los casos. A ver.

En primea instancia es recomendable intentar recordar con la máxima cantidad de detalle posible como jugábamos en la infancia. Yo recuerdo que había diferentes clases de jugadores, desde los peores que con una mano movían sistemáticamente un autito hacia adelante y hacia atrás, hasta los más astutos jugadores que pasaban días enteros construyendo pistas, nombrando a los conductores de dichos autos, emulando sonidos de motores con la boca, generando colisiones extraordinarias que no interrumpían la carrera y cientos de situaciones más. Sin embargo del mismo modo que había grandes guionistas de historias, con quienes tuve el inmenso placer de jugar a los autitos, también había niños que siquiera querían moverse del lugar para desplazar su auto y tampoco se tomaban el trabajo de hacer el sonido que merece una frenada abrupta. A partir de esto, caigo en la cuenta de que había mejores y peores jugadores de autitos y que la creatividad no nos era pertinente a todos y pongo en tela de juicio cual es el desarrollo creativo de alguien que mueve incontables veces un autito hacia adelante y hacia atrás.

Aprovecho el espacio para confesarme; yo he jugado a las muñecas con mis primas, y si bien yo era el titiritero de un muñeco, aun así, este juego entraría dentro de lo que llamamos jugar a las muñecas por que la proporción de mujeres, con sus respectivas muñecas, era significativamente mayor y las situaciones planteadas eran sumamente femeninas, de otra manera John Rambo jamás hubiese tenido como misión hacer dormir al bebé, preparar la comidita y pasear con su esposa en la plaza, y por más Barbie que fuese ésta, Rambo jamás se mostraría en público haciendo cosas semejantes.

Esta confesión me da pié para recordar que entre las niñas también había distintas categorías de jugadoras, que iban desde las que peinaban hasta la calvicie a sus muñecas, aun a sabiendas que luego del peinado mil veintiocho ésta luce como quien padece tricotilomanía, hasta las que hacían vivir historias de amor increíbles a sus muñecas, que afrontaban desencuentros amorosos, reponiéndose inmediatamente y luego de eso se enamoraban de un sanguinario y musculoso soldado que a pesar de su oficio y condición no tenía problemas de preparar la comida, hacer dormir al bebé y pasear por la plaza.
En oposición a esto, hoy los niños juegan carreras en consolas de videojuegos con guiones que van desde pésimos y parecen estar compuestos por el que ayer movía hacia adelante y hacia atrás un autito, hasta muy buenos, que evidentemente son desarrollados por gentes más perfeccionistas.
No son pocos los que consideran que los juegos de antes no eran violentos. Esto es un error, no podíamos ver a los soldaditos de plomo disparar y esparcir sangre enemiga, como si se ve hoy en los videojuegos, pero estos muñequitos representaban profesionales de la guerra al fin de cuentas y cuando jugábamos con ellos, nos imaginábamos muchas de las cosas que muestran los juegos de hoy, en definitiva, podríamos decir que los juegos de antes no eran tan explícitos. Recuerdo una ocasión en la que mi amigo Maximiliano y yo jugábamos a los soldaditos en el patio de mi casa. Luego de dividirnos la misma cantidad de tropas comenzamos el combate, que ciertamente fue complicado y lejos de respetar los convenios de Ginebra, la situación llegó a tal punto que cuando solo nos quedamos con un sobreviviente cada uno, lo persuadí para que estalle una mina terrestre y el juego termine en empate con pérdidas totales en ambos bandos. Él aceptó y luego del desenlace en el que parecíamos compartir el pesar de la derrota, yo saqué un soldadito que había escondido debajo de una piedra y dije: Gané, vos no mataste a éste que estuvo escondido y a salvo durante toda la batalla. A los ojos de mi madre que nos miraba de vez en cuando desde la cocina, ésta fue una jornada de sanos juegos infantiles, pero en nuestras mentes resonaba la tragedia de la guerra y la traición. Éste fue un triunfo sin sabor a victoria y aun espero que la vida me dé la oportunidad de volver a jugar a los soldaditos con mi amigo Maximiliano para cambiar el desenlace de esta contienda o al menos para contarle que el sobreviviente se sintió cobarde y fue infeliz desde ese momento.

Alguna vez he escuchado el siguiente planteo: Cuando yo era niño se jugaba con palitos y tierra ¡Esos eran juguetes mejores que todos los de hoy, que son pura tecnología! Este postulado evidencia dos aspectos: el primero es que el bueno es el que usa el palo y no el palo. No podemos considerar mejor a un juguete solo por ser rudimentario, ni podemos negar el genio de alguien que es capaz de crear grandes aventuras solamente con palitos y tierra, pero insisto, esto no es propio de todos los niños, y el otro aspecto a considerar es que la ausencia de complejidades no evidencia superioridad, ni estimula necesariamente la creatividad; un palo no estimula la creatividad más que una consola de videojuegos solo por ser simple. Un libro con sus páginas en blanco no estimula más la creatividad que Hamlet. Usted podría decirme, el punto es que en los videojuegos está todo dicho y en un libro de Shakespeare también, mientras que uno debe convertir con su imaginación un palito en una vara mágica con poderes extraordinarios y del mismo modo, un libro con sus páginas en blanco nos obliga a inventar nuestra propia historia. Sin embargo debo decir, que los creativos ven mucho más allá de la historia que se les muestra en el videojuego, de hecho suelen completar las deficiencias del guión con ideas propias y parecen ver cosas que no están y ni hablar de los creativos que leen Shakespeare, que ocasionalmente al terminar la lectura salen disparados a buscar libros con hojas en blanco y se disponen a escribir, y al menos no cometen la torpeza de creer que son los primeros en hacer una historia sobre un tío traicionero y un fantasma que solicita que se haga justicia por su muerte.

Por último, en defensa de los juegos de ahora, he notado que son más unisex y se permiten niños en juegos que eran vistos como exclusivos de niñas y también a viceversa, algo que resulta sumamente positivo considerando que cuando yo era niño, el juego unisex por excelencia era el doctor y en otra terrible confesión, debo decir que, tal vez por tímido, tal vez por azar o capricho del destino, jamás lo jugué.


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