viernes, 19 de febrero de 2016

Sobre los estúpidos y los pusilánimes

  No son pocos quienes confunden a los estúpidos con los pusilánimes, yo como estúpido, en defensa mía y de mis cófrades, debo decir que entre los estúpidos hay una constancia casi sacra que se evidencia, por ejemplo, en los incontables intentos que hacemos para no tropezar con una misma piedra. A pesar de infinitos fracasos, movidos por una extraña fe y por la ortodoxia que nos caracteriza, llevamos una y otra vez la punta del zapato contra la inadvertida roca, por el contrario los pusilánimes, tropiezan y desde el piso acomodan como pueden la cabeza usando la piedra como almohada dispuestos a comenzar una siesta.  Por supuesto también existen aquellos iluminados que son capaces de sortear formaciones rocosas de todo tipo, pero hoy no hablaremos de estos altísimos atletas adivinadores.

Los pusilánimes nada tienen de sacro y si bien algunos los confunden con taoístas debemos recordar que la palabra Tao significa el camino, y debemos considerar que el tao fluye lentamente pero no se detiene, de manera tal que la lentitud taoísta se torna vertiginosa para cualquier pusilánime. Esa constancia que propone el Tao Te Ching no puede ser sostenida por los pusilánimes, es más, fíjese lo que le cuento, siquiera podría ser sostenida por los estúpidos; sucede que los estúpidos somos demasiado ansiosos como para identificarnos con pensamientos de esta clase.

El estúpido tiene una visión surrealista del mundo, esta distorsión, que es producto de la errónea apreciación de las circunstancias los invita a cometer errores y perjudicar a terceros o a sí mismos con operaciones que son propias de su psiquis, en términos generales podemos decir que los estúpidos son maliciosos, no necesariamente a conciencia, sino más bien porque como sabemos, es más fácil errar que acertar, hacer el mal que el bien. En definitiva los estúpidos estamos sujetos a la circunstancia y a la casualidad más que ningún otro.  
   
  Con respecto al amor, los estúpidos insistimos a pesar de que nos den vuelta la cara una y otra vez, para un estúpido no hay sutileza que valga, principalmente porque no somos capaces de captarlas, en cambio cuando nuestra amada abandona las palabras aterciopeladas para acudir lisa y llanamente a la grosería, sí comprendemos, pero un autentico estúpido debe ser alocadamente persistente. Contrariamente los pusilánimes raramente llegan a la instancia de la propuesta; las tensiones obtenidas tras las declaraciones sentimentales podrían resultar mortales para estos.

Los sentimientos que nos despiertan, tanto los pusilánimes como los estúpidos son encontrados, a veces nos ponen impacientes, otras nos dan gracia, sin embargo y especialmente entre los estúpidos, cuando tienen poder, comúnmente nos despiertan ira o miedo.  

Después de estas consideraciones debemos confesar que todos tenemos algo de estúpidos y algo de pusilánimes, tal vez lo que más cuesta descubrir es si somos más estúpidos que pusilánimes o más pusilánimes que estúpidos. Yo afortunadamente ya descubrí que soy redondamente estúpido y gracias a esta revelación, me comporto como un pusilánime y ya no me someto a elucubraciones de ningún tipo. 


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