viernes, 11 de marzo de 2016

Sobre la ansiedad


Podríamos decir que la ansiedad es un estado mental que se caracteriza por una inquietud, una gran insatisfacción con el presente por desear algo venidero que por supuesto puede no suceder, razón por la que no dudo en considerar a la inseguridad como un agravante.

Cuando comencé a sospechar que era ansioso hice terapia, al finalizar la primera jornada le pregunté a mi psicóloga si era o no ansioso y ella me dijo que tendría los resultados para la semana próxima, entonces yo saqué mi pistola e inmediatamente confirmó el diagnóstico. Por supuesto no la volví a ver, no soy lo suficientemente paciente como para hacer un tratamiento por tiempo indeterminado y con resultados inciertos.

Tiempo después, padeciendo por la ineficacia de la psicología me incliné por la filosofía, fue en este momento cuando descubrí a Platón, Descartes y Schopenhauer, y fue precisamente durante las circunspectas lecturas de estos autores cuando logré superar al menos momentáneamente mi ansiedad. Me convertí en un estudiante de filosofía y como cualquier estudiante no pude reprimir demasiado tiempo mis ganas de escribir. En esta instancia la ansiedad volvió a emerger, ya ansioso por publicar un ensayo sobre la crítica del juicio de Kant, copié el texto y solo agregué al final: Estoy de acuerdo.

A esa altura de mi vida ya cargaba mis espaldas con la desilusión psico-filosófica y me preguntaba por qué razón disciplinas tan nobles y tan pobladas de altos pensamientos no podían ayudarme a superar mi ansiedad. En ese preciso momento; cuando me quedé sin ideas y apagué mi mente, surgió, creo yo, de mis entrañas, una nueva sensación: la fe. Comencé entonces a averiguar sobre religión y decidí que por cuestiones culturales y de comodidad la que más me convenía era el cristianismo y más estrictamente el catolicismo, ya que la ciudad estaba superpoblada de recintos religiosos de esta especie y la mayoría muy bien ubicados. Así descubrí las enseñanzas de Jesús, conocí a los santos y la paz se adueñó de mi hasta que descubrí a san Expedito (patrono de las causas urgentes). Imagínese querido lector, y trate de ponerse en mi lugar: Para qué le pediría a determinada virgen que me ayude a superar mi ansiedad, sabiendo que San Expedito ofrecía servicio express. Así comencé una alocada carrera de plegarías; pedía algo e inmediatamente después del amén miraba el reloj para calcular la demora de cada pedido y la regularidad con que se cumpliesen mis deseos.

Por alguna razón, la religión tampoco funcionó y la desesperación se adueñó de mí. Con el poco aliento que me quedaba traté de pensar qué era la ansiedad y así reflexioné que hay situaciones en las que es inevitable ser ansioso, por ejemplo contar días para salir de la cárcel, mirarse al espejo cada tres minutos esperando los resultados  del régimen alimentario que comenzamos hace media hora, o llegar al fin de la lectura de una novela (Jamás lean el final y después comiencen por el principio porque al segundo capítulo la dejan), pedir la cuenta antes de terminar la cena, y otras situaciones análogas. Además descubrí que los ansiosos viven rápido, el tiempo se les escapa de las manos, y todos sabemos qué sucede cuando se nos acaba el tiempo, llega la innombrable, la de huesuda cara, la del harapo negro, la de la rudimentaria cortadora de césped, usted ya sabe querido lector.

Finalmente sentí una extraña sensación, una dualidad que se da cuando tenemos que enfrentar algo que no nos gusta, como por ejemplo, ir al dentista, situación por la que queremos transitar cuanto antes para librarnos de ella, y a esa ansiedad se le superpone un sentimiento que nos dice: ojalá no llegue nunca este momento. Aplicando la misma fórmula descubrí que la ansiedad nos hace correr hacia el futuro y en nuestro futuro más lejano nos espera la muerte, en definitiva: al pesar de la ansiedad le sumé el pesar de la muerte; o sea que posicioné mi vida como un instante entre dos tópicos insoportables, el aburrido presente y la desaparición física del futuro, pero, como menos por menos es más, ahora soy mucho menos ansioso simplemente porque sé que el futuro es peor, llegado ese momento siquiera voy a poder ser ansioso. 




viernes, 4 de marzo de 2016

Sobre la memoria:


Recuerdo que en mi infancia solía olvidarme de muchas cosas con asombrosa facilidad, más de una vez, dentro del supermercado, y de cara al carnicero, solíamos quedarnos algunos segundos sosteniendo nuestras miradas, él posiblemente creyendo que yo estaba intentando recordar que corte quería, yo preguntándome que hacía en la carnicería del supermercado. Con el paso de los años mi memoria se fue ampliando aunque muy levemente; ya para la adolescencia podía recordar hasta tres artículos, aun siendo estos de diferentes secciones, con combinaciones tan poco lógicas como perfumería, carnicería y artículos del hogar. Este desarrollo de mi memoria fue significativo pero, aun así deficiente; más de una vez le adjudiqué frases de Shakespeare a Maradona, inclusive una vez, le otorgué una de Nietzsche a Jesús (Creo que mi mente los asocia, según recuerdo, porque ambos usaban bigote).   

Vale aclarar que existen diferentes categorías de memoria, inclusive pareciera que hay una buena y una mala memoria. Solía pensar que tenía buena memoria quien podía recordar absolutamente todo, por ejemplo: en que butaca se sentó la vigesimoséptima vez que viajó en bus.  Por el contario, mala memoria sería la del que ya hace tres minutos que está en la carnicería preguntándose qué hace en ese lugar mirándose a los ojos con un señor repleto de manchas de sangre que sostiene un cuchillo tan grande. Sin embargo y a pesar de que parece ser que estas son las dos clases de memoria, puedo asegurar (si mal no recuerdo) que a los dieciocho años (si mal no recuerdo) me pregunté por qué no podía olvidar a aquella que tanto quise y cómo podía ser que recordar algo ahora fuese sinónimo de mal,  de memoria mala. Recuerdo también a un profesor de historia que tenía poca memoria y era muy orgulloso; cuando alguien le preguntaba algo y él no recordaba la respuesta se inventaba una, a razón de este doble padecer del señor profesor Sánchez yo insistí durante muchos años en que Colón había llegado a las costas de América en el año 1942, lo que indica que memorizar cosas mal aprendidas también es causante de memoria mala.  A partir de este conflicto planteé la siguiente fórmula:

Dos tipos  de mala memoria, La clásica: querer recordar algo y no poder, y la realmente mala, querer olvidar y no poder.

Con esta fórmula dejé de llamar mala memoria al hecho de olvidar y comencé a sentirme un virtuoso del olvido, de hecho siquiera recuerdo quien era la que no podía olvidar y tanto quise porque ya la olvidé; como dijo Martín Lutero: el pasado está lleno de cosas que no recuerdo. Aunque pensándolo bien creo que esa frase la dijo Martin Luther King, (Creo que mi mente los asocia porque ambos eran alemanes). Si me pongo a hacer memoria me parece que esa frase no la dijo ninguno de los dos, así que voy a operar como todos los que no recordamos bien quien dice una u otra cosa apropiándome de la frase, si, así es, esa frase es mía, es más, voy a agregar algunas cosas más al respecto en el párrafo siguiente.

Si mi memoria me acompaña, en el párrafo anterior dije claramente que la memoria opera de forma sorprendente, hasta con cierto excentricismo, y esto se evidencia cuando nos trae a la mente recuerdos retocados repletos de encantos que la vivencia en tiempo presente de la misma anécdota no tenía, la memoria nos trae siempre información falsa, nos hace creer que la niñez fue hermosa, que nuestras ex parejas eran adorables,  y por sobre todas las cosas nos cuenta una historia feliz de nuestra vida cuando en realidad éramos los mismos hastiados de la densa realidad que somos hoy.

De cualquier modo no recuerdo porqué comencé a contarle todo esto señor carnicero, lo único que recuerdo es que quería un kilo de, de, de… No me lo va a creer pero me olvidé, espéreme aquí que yo voy a volver a mi casa a preguntarle a mi mamá y vuelvo a charlar con usted o a comprarle carne, que aunque parezcan ser cosas muy distintas, a quién le importa que hagamos, si lo mismo me voy a olvidar y usted también.  

viernes, 26 de febrero de 2016

Sobre la paternidad

Los seres vivos somos poseedores de una pulsión muy particular que nos invita a reproducirnos. Esta precaria y pujante orden de la naturaleza acompaña a los humanos desde la antesala de nuestra madurez sexual, en muchos casos, hasta el fin de nuestros días. No tenemos potestad sobre esta pulsión, el dictamen viene engarzado a la existencia, y lo único que podemos hacer, en una instancia posterior, es intentar maniobrar con la razón, que considerando las teorías evolucionistas no nos acompañó desde siempre y es más bien una conquista obtenida tras algunos millones de años de evolución. Así se genera una tensión entre nuestra naturaleza que nos invita a procrear y nuestra razón que nos invita a salir de fiesta todos los fines de semana procurando divertirnos a más no poder y considerando el embarazo como el peor castigo de un soltero empedernido.  Para aliviar esa tensión muchos eligen aproximar la razón a la naturaleza y piensan en la paternidad como la opción más inteligente, y así muchos confunden la orden de la naturaleza con un deseo y una elucubración propia; en otro sentido y haciendo una analogía, sería como cuando tu madre te manda todos los días a hacer la cama y después de veinte años de recibir esta orden con inalterable puntualidad comienzas a creer que armas la cama por placer y decisión propia y esto es un error ya que todos sabemos que la segunda pulsión inalterable de todos los seres humanos es la de no armar la cama.

Según lo antes expuesto debemos considerar que cuando la gente no razona mucho le da riendas sueltas a la naturaleza y tiene hijos, y cuando razona, también los tiene porque tampoco es prudente desobedecer al animal con el que conviviremos todos los días. Recordemos que nuestro cuerpo es la jaula que comparten el irascible primate y la delicada y vulnerable razón.

Son muy pocos los insubordinados que optan por no engendrar, entre estos se encuentran muchas veces algunos genios, pecaminosos libertinos, oficiantes de alguna religión, o por supuesto la combinación de todas las anteriores como es el caso, según dicen algunos historiadores chismosos, del señor Antonio Lucio Vivaldi que podría haber compartido algo más que devoción religiosa y amor por la música con las dos monjitas que lo acompañaron algunos de sus años.  

Volviendo a quienes deciden o aceptan ser padres (como usted prefiera querido lector) siento la necesidad de denunciar un error clásico que expongo a continuación:

Muchos hombres y mujeres sienten que tienen que desarrollarse en todos los aspectos posibles y para esto se disponen a estudiar, aprender o desarrollar determinadas nociones.  Algunos consiguen títulos académicos, trabajos redituables y erudición entre otros. En cuanto a sus hijos desean lo mejor y para conseguirlo trabajan incansablemente restando tiempo compartido con los descendientes, pero obteniendo dinero que afortunadamente alcanza para contratar a un Baby Sister que estará gran parte de las horas  del día con los retoños transmitiendo su visión del mundo y sus saberes. En este punto debemos considerar que no todos los cuidadores de niños gozan de la clase de erudición y moral que nosotros deseamos transmitirles a nuestros hijos, pero quien los puede culpar, ellos no decidieron ser padres, fue usted el que así lo decidió o lo aceptó (como usted prefiera querido lector). No todos tienen la fortuna de Alejandro Magno que tuvo como Nana al señor Aristóteles. Aquí debemos considerar que el papi de Alejando, el señor Filipo II de Macedonia fue lo suficientemente sabio como para delegar la educación de su hijo a alguien más brillante que él o que simplemente tuvo una suerte bárbara al dar con un doméstico tan eficiente y cumplidor.  

Llegamos al punto en el que debemos considerar que la orden de la naturaleza es la reproducción pero no la paternidad, la primera se encuentra en el territorio del instinto, la segunda en el de la razón.  Alguien podría decir: Yo acepto tener hijos, lo que no quiero es ser padre, pero yo jamás escuché a nadie pronunciar esa razonable y horrible declaración. Aun así, si usted está en duda respecto de la paternidad, huya de este Blog que no es capaz de engendrar nada bueno y es un bastardo criado por execrables nanas.  

viernes, 19 de febrero de 2016

Sobre los estúpidos y los pusilánimes

  No son pocos quienes confunden a los estúpidos con los pusilánimes, yo como estúpido, en defensa mía y de mis cófrades, debo decir que entre los estúpidos hay una constancia casi sacra que se evidencia, por ejemplo, en los incontables intentos que hacemos para no tropezar con una misma piedra. A pesar de infinitos fracasos, movidos por una extraña fe y por la ortodoxia que nos caracteriza, llevamos una y otra vez la punta del zapato contra la inadvertida roca, por el contrario los pusilánimes, tropiezan y desde el piso acomodan como pueden la cabeza usando la piedra como almohada dispuestos a comenzar una siesta.  Por supuesto también existen aquellos iluminados que son capaces de sortear formaciones rocosas de todo tipo, pero hoy no hablaremos de estos altísimos atletas adivinadores.

Los pusilánimes nada tienen de sacro y si bien algunos los confunden con taoístas debemos recordar que la palabra Tao significa el camino, y debemos considerar que el tao fluye lentamente pero no se detiene, de manera tal que la lentitud taoísta se torna vertiginosa para cualquier pusilánime. Esa constancia que propone el Tao Te Ching no puede ser sostenida por los pusilánimes, es más, fíjese lo que le cuento, siquiera podría ser sostenida por los estúpidos; sucede que los estúpidos somos demasiado ansiosos como para identificarnos con pensamientos de esta clase.

El estúpido tiene una visión surrealista del mundo, esta distorsión, que es producto de la errónea apreciación de las circunstancias los invita a cometer errores y perjudicar a terceros o a sí mismos con operaciones que son propias de su psiquis, en términos generales podemos decir que los estúpidos son maliciosos, no necesariamente a conciencia, sino más bien porque como sabemos, es más fácil errar que acertar, hacer el mal que el bien. En definitiva los estúpidos estamos sujetos a la circunstancia y a la casualidad más que ningún otro.  
   
  Con respecto al amor, los estúpidos insistimos a pesar de que nos den vuelta la cara una y otra vez, para un estúpido no hay sutileza que valga, principalmente porque no somos capaces de captarlas, en cambio cuando nuestra amada abandona las palabras aterciopeladas para acudir lisa y llanamente a la grosería, sí comprendemos, pero un autentico estúpido debe ser alocadamente persistente. Contrariamente los pusilánimes raramente llegan a la instancia de la propuesta; las tensiones obtenidas tras las declaraciones sentimentales podrían resultar mortales para estos.

Los sentimientos que nos despiertan, tanto los pusilánimes como los estúpidos son encontrados, a veces nos ponen impacientes, otras nos dan gracia, sin embargo y especialmente entre los estúpidos, cuando tienen poder, comúnmente nos despiertan ira o miedo.  

Después de estas consideraciones debemos confesar que todos tenemos algo de estúpidos y algo de pusilánimes, tal vez lo que más cuesta descubrir es si somos más estúpidos que pusilánimes o más pusilánimes que estúpidos. Yo afortunadamente ya descubrí que soy redondamente estúpido y gracias a esta revelación, me comporto como un pusilánime y ya no me someto a elucubraciones de ningún tipo. 


viernes, 18 de diciembre de 2015

Sobre los contratos


Todo contrato es ante todo la evidencia de un desencuentro.

Los contratos no son cosa nueva, en el derecho romano ya se los nombra, inclusive los había de diferentes categorías y referían a un acuerdo de voluntades que pretendían brindar protección a los contrayentes ante posibles irregularidades. Estos contratos estaban abalados por la justicia romana y contribuyeron al orden civil y a la multiplicación de relaciones forzosas. A ver:

Las relaciones más genuinas no necesitan pactos, contratos ni acuerdos pre establecidos, simplemente porque la amistad, por ejemplo, es el resultado de un encuentro entre personas que desarrollan un vínculo afectivo que no permitiría abusos ni daños, por la simpatía que los mancomuna. Usted podría preguntarse entonces que pasaría entre personas corrompidas y protervas. En este punto podemos recordar a Cicerón que consideraba que la amistad se da entre quienes poseen el sumo bien en la virtud, en pocas palabras los maliciosos no conocen la amistad y tal vez si necesitarían de un contrato para establecer una.     

Casi nadie se aventura a establecer contratos de más de tres años de duración en ningún ámbito, sin embargo algunos se arrojan al matrimonio con la esperanza de sostener un contrato vitalicio y si bien esto parece ser una locura, un salto de fe, quienes juzguen irracional esta clase de decisión, podrían festejar el romanticismo que se da solamente en este tipo de contrato o al menos que se daba antes de que la especulación financiera se abriera camino en el único contrato que parecía gozar de cierta nobleza. El contrato prenupcial es otro intento más de restar pasión sin sumar razón y ante tal situación solo nos queda saborear el sinsabor.

Todos los días, la mayoría de los seres humanos establecemos relaciones contractuales, escritas u orales. Al comprar pan o cualquier otra cosa, estamos estableciendo un contrato, y teniendo en cuenta que los contratos tienen diferentes componentes, la que más suele tenerse en cuenta por las diferentes partes, es la obligacional. Por esta razón estoy seguro de que un encuentro amoroso no necesita contratos de ningún tipo. El amor no sabe nada de obligaciones, no las necesita, al menos cuando es compartido, por supuesto como los encuentros amorosos suceden con poca frecuencia, el contrato aflora como una herramienta que permite a aquellos desafortunados que no les tocó enamorarse de alguien que los ame, poder vivir una relación, que los observadores menos  perspicaces confunden con un encuentro amoroso. Claro que el castigo es tremendo para quienes quieren hacer de un desencuentro una familia y vale aclarar que en estos casos ni el mejor de los contratos los libra de pesares.

Durante cuatro años alquilé la casa de un locatario que solía decir: “conmigo despreocúpate por que yo soy confiado y creo en la palabra; a esta declaración yo solía responder: Que bien, porque yo jamás lo estafaría. Como indicio de que su declaración era falaz aun conservo los dos contratos de alquiler que el mismo redactaba. Las dos veces que firmamos los contratos se comportó de manera inquietante, se comía las uñas y miraba con pánico a la escribana mientras golpeaba los dos talones contra el piso con la destreza de un baterista de heavy metal. Antes de mudarme a otra ciudad, al finalizar el último contrato le dije: tal como le prometí siempre pagué al día y él me respondió: Si, fue muy buen inquilino y siempre confié en usted. Esa fue la última vez que lo vi y podría asegurar que ambos sentimos casi el mismo vacío: Él por perder una oportunidad de confiar en quien lo merecía, y yo por perder una oportunidad de demostrar que soy confiable, porque en definitiva jamás sabremos como hubiese sido nuestro vínculo sin contratos de por medio.



sábado, 12 de diciembre de 2015

Sobre los bienhumorados y los malhumorados


Parece ser que la población mundial está dividida en dos: bien humorados y malhumorados, y con esto no nos referiremos a quienes saben contar chistes o no, sino a quienes son capaces de sonreír, inclusive, ante la peor de las tempestades y a quienes están a disgusto hasta en el mejor de los días.

Comenzaremos hablando de los que poseen buen humor, aclarando antes, que dentro de este grupo existen categorías: Por un lado encontraremos a aquellos que gozan de buen ánimo y se sienten dichosos y por otro lado, aquellos que quieren irrumpir en el grupo de los bien humorados simulando ser poseedores de infinitas alegrías, a estos últimos bien podríamos llamarles infelices desesperados (le recomendé este denominativo a mi terapeuta para que lo use con sus pacientes, así que si usted es un infeliz desesperado y por casualidad comienza a tratarse con mi psicólogo y le dice que es un infeliz desesperado hágamelo saber. Gracias) en definitiva, este apelativo me resulta preciso por que alguna vez me he encontrado con gente a la que le preguntas como se siente y no titubea en decir: Mal, estos parecen ser infelices equilibrados que no tienen necesidad de simular dicha, sin embargo, nada resulta más evidente que una carcajada fingida, y pocas situaciones resultan más incómodas que las que atravesamos al oír discursos del que sabemos que padece y acusa bienestar. En definitiva son preferibles los infelices sinceros que los falsos dichosos, ya que estos últimos, evidencian su pesar intentando ocultar su mal humor con malos chistes creyendo que mostrar los dientes y sonreír es lo mismo.

Dentro del grupo de los mal humorados también hay unos que simulan ser portadores de insoportables pesares porque, como sabemos, muchos genios fueron infelices, (Dante padeció por Beatriz, Beethoven por su sordera, Borges acusó en su poema "El remordimiento" no haber sido feliz y así podríamos sumar muchísimos genios a esta lista) de manera tal que hay un gran grupo de falsos infelices que consideran que la infelicidad, el mal genio y el mal humor son el punto de partida de la genialidad y por este error, con la ilusión de adquirir el genio de Borges, en vez de ponerse a leer, se disponen a sufrir, que es mucho más fácil.   Es necesario aclarar en este punto que se puede ser infeliz y estúpido.

Sigmund Freud, tratando a Anna O y luego a otras pacientes, llegó a suponer que la histeria se remontaba a experiencias traumáticas de la infancia referentes al sexo. Una vulgar interpretación de este estudio freudiano hizo suponer a algún sector de las clases populares que la histeria era simplemente mal humor y que la cura se alcanzaba cuando la paciente conseguía un amante activo y viril que generosamente le convidase de sus virtudes en el campo de las artes amatorias. En todo momento hablamos de pacientes femeninas porque en primera instancia se supuso que la histeria solo podía darse en mujeres, sin embargo hoy sabemos que aunque es menos frecuente en ellos, la histeria es un trastorno psicológico unisex. 

Entre aquellos que consideran que el mal humor es producto de algún trastorno psicológico o biológico se suele generar una molesta expectativa cuando un mal humorado sonríe. Esta clase de actitudes por parte del hosco suele generar esperanzas en vecinos y amigos que no demoran en desilusionarse tras la casi inmediata fruncida de ceño de aquel que vuelve al estado que le es más propio.

En definitiva podríamos decir que, tanto el bienhumorado como el malhumorado, tienen la facultad de hacernos sentir incómodos por su capacidad de mantenerse ajenos a la situación, siempre fieles a su sentimiento; quiero decir: un malhumorado expresando su fastidio en una fiesta, es tan exasperante como un bienhumorado contando chistes en una situación luto. Aun así este blog se sigue declarando a favor de quienes demuestran sus más sinceros estados de ánimo.



lunes, 7 de diciembre de 2015

Sobre las decisiones


Hoy el loro se dispone a exponer elucubraciones ajenas con sus insuficientes e innecesarios análisis. Esta vez respecto de las decisiones e indecisiones y sus consecuencias.

En principio podríamos decir que la indecisión, es la duda o falta de determinación, mientras que la decisión es la resolución. También podemos pensar en el destino, el libre albedrío y la casualidad para encarar este tema. A ver:

El destino según su etimología está vinculado con la puntería, con el blanco, y según los antiguos se trata de un recorrido sobre el que no tenemos potestad alguna. Platón parece no estar del todo de acuerdo; considera que los espíritus vulgares no tienen destino. Aún así, se suele suponer que muchos griegos consideraban que el hado era un poder sobrenatural que comandaba los sucesos de la vida de manera ineludible, inclusive por encima de los dioses. En la mitología griega los dioses del Olimpo no son los primeros, de hecho son la octava generación si consideramos al Caos como entidad primera, o sea que vinieron a parar a un universo que ya estaba en marcha y por ende, sobre el que no tienen poder absoluto. De hecho se hizo una división de parcelas en las que Zeus se quedó con las mejores instalaciones, compuestas por  amplias y luminosas habitaciones celestes decoradas con pomposas nubes y con vista al planeta, mientras que Hades se tuvo que conformar con el helado, gris, poco ventilado y contaminado inframundo y todo esto por estar destinados. Imagino que ante esta situación Hades debe pronunciar groserías de todo tipo y supongo que también alguna vez se habrá preguntado cuál será el destino del destino. 
  
Por otro lado el libre albedrío en el cristianismo suele aparecer como un punto de inflexión entre el perfecto e inamovible plan divino y la decisión personal. Sin embargo, a la cotorra parlanchina que escribe estas líneas le cuesta la concepción de tal idea y a la hora de considerarla tiene una postura relativamente calvinista, considerando que el perfecto y todo poderoso ya sabía desde antes de la creación quien sería salvado y quién no y conoce el principio, nudo y desenlace de la historia que él diseñó en su perfecto y divino plan. 

Para quienes no se sienten demasiado a gusto con estos planteos y se sienten más abrigados por la ciencia, la idea de libre albedrío podría ser considerada desde la psicología, que supone que el individuo puede forjar su propio destino al menos parcialmente. Para esclarecer esta postura de la psicología citaremos una frase de nuestro amigo Arthur Schopenhauer, que no era psicólogo. Él decía más o menos: 

EL DESTINO MEZCLA LAS CARTAS, Y NOSOTROS LAS JUGAMOS. 

A partir de estudios realizados en diversos campos científicos podemos considerar al destino casi como lo razonaban los antiguos, aunque desprovisto de todo misticismo. Según nuestra constitución biológica, y más puntualmente según particularidades de nuestro cerebro, generaremos determinadas ideas. 

Deliremos un rato: La mente es producto del cerebro. Supongamos que en algún momento vamos a poder conocer con precisión todas las cualidades de cada minúscula parte de nuestro cerebro, tal vez podríamos enumerar todas las producciones mentales posibles acordes a ese cerebro y por ende especular, al menos a grandes rasgos, nuestro destino. Por supuesto esto no resolvería completamente el asunto. No es tan sencillo. Deberíamos sumarle variables culturales, sociales, económicas y muchas otras, aun así vale la pena pensar que tal vez no podemos dejar de ser nosotros mismos y que más allá de las decisiones que tomemos, estas siempre son resultados de nuestra mente y a la vez, estas producto de nuestro cuerpo o puntualmente de nuestro cerebro.

En definitiva, si usted no sabe cuál es el mejor destino para vacacionar y eso lo está torturando tiene varias opciones:

1) El destino ya está escrito, deje de torturarse creyendo que toma decisiones que en realidad ya fueron tomadas por el propio destino.

2) El universo es un desorden gobernado por la casualidad, así que vaya a cualquier lugar por que en cualquier lugar pueden suceder cosas horribles y/o maravillosas y estas no son previsibles.

3) No haga caso a este insignificante y confuso análisis y siga torturándose sobre el lugar de sus vacaciones.


En definitiva, si consideramos que nuestra esencia es invariable quitaremos responsabilidad a las decisiones, precisamente por comprender que nuestra esencia es inalterable, vacacionemos donde vacacionemos.    Ahora bien, si la decisión que debe tomar es realmente importante y se trata de un asunto realmente significativo, la mejor recomendación que le puede brindar este blog es que deje de leerlo. Este es un espacio carente de todo acierto. Vaya a pedir consejos al pastor de su iglesia, o al científico de su universidad, o a su agente de viajes, pero recuerde que este último no es el único que dice tener las mejores opciones y que solo quedan los dos últimos asientos hacia el mejor destino.